Con la muerte de Aída Jaramillo Isaza despiertan en el recuerdo épocas de la señorial Manizales, que ha dado paso a la ciudad moderna. Aída se acogió los últimos años de su vida al piadoso refugio del Hogar de la Divina Misericordia, cuando los años, los achaques y la soledad convocaron la generosidad y el afecto de esa benemérita institución, donde disfrutó de las consideraciones que merecía. Ella era la menor de los 13 hijos del matrimonio Jaramillo-Isaza, Juan Bautista y Blanca, oriundo él de Jericó y ella de Abejorral, cuyas familias habían emigrado hacia las tierras del viejo Caldas. Intelectuales ambos, activistas cívicos y culturales, escritores y poetas, en su hogar, una amplia casona ubicada en la avenida Santander, frente al parque de Cristo Rey, donde ahora se levanta un moderno edificio, se congregaban tertulias literarias y políticas, en las que campeaban el buen gusto, las maneras finas de gente de clase, las moderadas e inspiradoras copas, las viandas exquisitas, los aromas del jardín disperso por todos los espacios de la casa, las metáforas y calambures del ingenio culto y las ideas filosóficas que se intercambiaban en espacios de sabiduría y tolerancia. En ese ambiente se levantó la numerosa familia Jaramillo-Isaza, bajo los rigores de la moral cristiana, las costumbres austeras y la solidaridad social. Mientras los vástagos mayores de don Juan B. y doña Blanca cogían el rumbo de sus destinos profesionales y familiares, Aída permanecía como custodia de sus padres y del patrimonio espiritual e intelectual que acumulaban, inspirado en valores y méritos, más que en riquezas materiales, distintas a lo necesario para un devenir personal y familiar cómodo y digno. La alcurnia era dada por clase, educación, cultura, modales y distinción, ajena a oropeles fantasiosos de noblezas blasonadas, inventadas por aristócratas criollos.
Obra de los esposos Jaramillo-Isaza fue la revista “Manizales”, una publicación que difundía los trabajos literarios de autores locales, nacionales e internacionales, con refinada calidad y rigurosa selección. A la muerte de sus padres, Aída se dio a la tarea de continuar con la publicación, con la misión primigenia de ser asilo de noveles escritores y poetas, para presentarlos en la sociedad intelectual; y medio de difusión de obras consagradas por la crítica del entorno colombiano; o que traían los medios internacionales, escogidas en los cenáculos internacionales más selectos, especialmente europeos. Varias décadas luchó Aída contra las evidencias económicas, adversas a empresas del espíritu utópico y soñador, frente al imperio del mercantilismo arrasador. Unos pocos mecenas acompañaron a Aída en la aventura, hasta que el pragmatismo se impuso y la revista “Manizales” expiró en los brazos de la quijotesca hija menor de los poetas Juan B. y Blanca. Finalmente, el inexorable paso de los años y las dolencias que traen consigo, más la ausencia definitiva de sus cercanos familiares, acompañada apenas por el cariño de sobrinos lejanos, de amigos incondicionales y de una generación de manizaleños que conocían sus valores, entregó sus tesoros literarios a la Universidad de Caldas y se refugió en los recuerdos y en la fe cristiana hasta entregarle el alma a Dios.