Necesario en momentos de crisis, dificultades y situaciones confusas es mantener la calma, obrar con mesura. En las catástrofes, las mayores víctimas las causa el pánico. El mundo actual padece traumas institucionales diferentes, como confrontaciones armadas, inestabilidad económica, altibajos comerciales, desorden climático, desequilibrio biológico, miseria humana, desigualdad social… En algunas partes, todos esos factores están presentes y las comunidades conviven con ellos, inmersas en el escepticismo o aferradas a la esperanza, cuando no a la fe, que políticos y religiosos administran con eficiencia, para mantener a los pueblos en una especie de sedación, con la ilusión de volver en sí en mejores condiciones. En las democracias participativas, donde los líderes se alternan en el poder con el argumento de que “ahora sí”, pasa de todo para que nada pase.
Pero la gente, como en la ruleta, ve rodar la “inocente pelota” mientras clava los ojos en el número que la hará ganadora. Cuando eso no pasa, que es lo más probable, vuelve y juega. Más claro: en el juego democrático, vuelve y vota. Y así, entre expectativas, pasa el tiempo, para que unos celebren triunfos, otros alimenten esperanzas y los más se resignen a su suerte.
El agravante es que, en un mundo globalizado, es imposible sustraerse a los efectos de lo que pasa en otras partes, por lejanas que estén. Lo ha demostrado la invasión rusa a Ucrania, en aspectos como el económico, por el encarecimiento o la escasez de productos provenientes de esa región; o la inseguridad de naciones vecinas, amenazadas por el delirio expansionista del presidente Putin, que aspira a restaurar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en buena hora disuelta, gracias a la acertada gestión política del presidente Gorbachov y del papa Juan Pablo II, de origen polaco, para que las naciones agrupadas contra su voluntad recuperaran la autonomía.
Esta acertada maniobra produjo otro hecho de gran impacto geopolítico como fue la reunificación de Alemania, cuando se vino al suelo el oprobioso muro que la dividía. Fueron tan nefastos los efectos de la larga división de Alemania, que aún persisten aspectos socioeconómicos de la oriental y la occidental que no han sido fáciles de conciliar, pese a la gestión de líderes de notable capacidad, como la gran Angela Merkel, entre otros.
Mientras los hechos políticos asustan a las comunidades, porque las buenas noticias oficiales suelen ser publicidad pagada por los gobernantes, los pueblos progresan, gracias a gestiones afortunadas de empresarios, deportistas, intelectuales, científicos, académicos o artistas, que triunfan, o de cualquier manera sobresalen, imponiéndose sobre la mala gestión de la administración pública, que ofrece más impedimentos que apoyos.
De esta calamidad, convertida en pandemia universal por los efectos nocivos de la globalización, que se filtra como el aire y el agua, sólo se escapan los corruptos, mimados de los dirigentes, porque son sus aliados. Queda la esperanza de que, finalmente, el bien se imponga sobre el mal, cuando el Espíritu Santo ilumine a quienes eligen a los gobernantes.