Si no fuera por el mal que se le hace al país, el espectáculo que ofrecen los gobiernos, desde la Presidencia hasta las gobernaciones y las alcaldías municipales, sería divertido. Llama la atención que la administración pública -en Colombia y en muchos otros países, según se ve en las redes- es una comedia, cuyo libreto, escenografía, vestuario y actores admirarían Chaplin, Cantinflas y el Chapulín, para mencionar sólo tres de los muchos comediantes que han llenado teatros, producido películas y divertido a millones de risueños espectadores. Pero la comedia se convierte en tragedia cuando los efectos de las payasadas oficiales afectan el buen suceso de las comunidades, y su futuro. En estos casos, los libretos son los programas de gobierno, redactados por cualquiera del “equipo” asesor de los candidatos, sin necesidad de que los responsables de cumplirlos los lean. Los escenarios son los espacios urbanos y rurales en los que viven millones de personas, que sufren los efectos de la incapacidad, la corrupción y la irresponsabilidad de gobernantes que toman sus cargos como una meta alcanzada y no como un camino a seguir. El vestuario puede ser informal hasta para los eventos más solemnes, como una forma de expresar su “personalidad” los que no la tienen, pero están en la nómina oficial. “El poder es para poder”. Y los actores -para el caso presidentes, gobernadores y alcaldes- salen de las componendas de grupos político-económico-mafiosos, como sacan conejos del sombrero los magos.
Pero a la comedia descrita le faltan los empresarios, bajo el rótulo de organizaciones políticas, que son los del “billete”, para cubrir los gastos necesarios para el montaje de la función. Unos de aquéllos están consolidados, con amplia experiencia en el “negocio” electoral, identificados como clanes familiares provenientes de patriarcas curtidos en numerosas batallas políticas, cuyos patrimonios electorales son hereditarios (de generación en degeneración); o trasferibles, según las condiciones del “mercado”, porque en la administración de las entidades públicas, donde se manejan presupuestos más o menos jugosos, en esa misma medida se tasan las adhesiones, apoyos y avales, como si la burocracia oficial estuviera acogida a la ley de la oferta y la demanda.
En vísperas de elecciones para gobernadores y alcaldes, como sucederá en Colombia en octubre próximo, comienzan a moverse las fichas del ajedrez político, y los clanes dominantes en regiones consideradas “predios” propios, escogen a sus alfiles, para consolidarse en el poder. Quienes aspiran a construir su feudo político personal, y tienen ascendiente en el alto gobierno, coquetean con funcionarios que van de salida, pero aún manejan la contratación, y las chequeras, para que apoyen sus candidatos, a cambio de garantizarles acomodo burocrático cuando regresen “al duro y frío pavimento”, como diría cualquier poeta improvisado, con voz aguardientosa y ademán ampuloso. Esa es la cruda realidad; lo demás es publicidad pagada, que el elector ingenuo se traga entera.