La sociedad se construye desde la base. Elemental. Absurdo sería pretender construir una casa comenzando por el techo. Una nación organizada como Colombia, con unidades político-administrativas regionales y municipales y un poder central, se sustenta desde conglomerados humanos dispersos, con culturas, costumbres e idiosincrasias distintas, pero regidos por una normatividad constitucional común, cuyos pilares son los poderes públicos: ejecutivo, legislativo y judicial.
Esta premisa conduce a destacar la importancia que tiene el municipio como base de la institucionalidad, subvalorado por la arrogancia centralista, destacado por los tratadistas de sociología y explotado por intereses políticos y económicos. El municipio solo se tiene en cuenta como dispensador de votos, consumidor comercial, proveedor de recursos para la corrupción y materia prima de insurgentes y “empresarios” ilegales, para reclutar jóvenes que sustenten sus filas e imponer autoridades que faciliten actividades delictivas.
Esas confusiones distraen la visión que deben tener los electores para escoger autoridades locales y regionales que garanticen el buen funcionamiento de la base institucional de la comunidad, de modo que el conjunto, en su totalidad, actúe con eficiencia para garantizar el desarrollo y bienestar de quienes integran la masa humana, que debe inspirar el liderazgo en sus diversas expresiones: política, espiritual, económica, deportiva, cultural, etcétera.
No faltará quien diga que estas disquisiciones son una forma de irse por las ramas y filosofar sobre asuntos prácticos, cuando la realidad es que los pueblos se han desviado de sus principios, cayendo en la degradación, seducidos por dirigentes ignorantes, perversos y egoístas, pero con ambición de poder y riqueza. Ese fenómeno sociopolítico se ha incrementado en los países “democráticos”, donde el elector es llevado a las urnas como res al matadero, halagado con dádivas efímeras (plata, trago, comida y transporte) y promesas que no se cumplen.
Esa realidad es inocultable. Pero el pueblo (“pueblo intonso, pueblo asnal”, como lo definió un caudillo de otras épocas, con realismo y cinismo), después de cada “jornada democrática”, puede decir como la canción popular: “tropecé de nuevo y con el mismo pie”. Es decir, cometió el mismo error, para volverse a lamentar y en otros comicios repetir el absurdo de votar por los mismos, sabiendo de antemano lo que va a pasar.
Esa seguidilla, que es una constante en países como Colombia, es posible romperla desde los municipios, porque la gente tiene fácil acceso al conocimiento de las personas que aspiran a gobernar, para escoger a quienes tengan capacidad administrativa, espíritu cívico, visión de necesidades inminentes, solvencia moral e independencia política. Es decir, que no estén atados a dirigentes extraños y a “padrinos” usureros. Eso es posible si la gente elige pensando en el bienestar de su entorno social y no para favorecer intereses mezquinos de politiqueros de oficio.
Este columnista anuncia su voto por Jorge Eduardo Rojas para alcalde de Manizales y por Luis Roberto Rivas para gobernador de Caldas. “Síganme los buenos” (Chapulín).