Los pacifistas por convicción no magnifican ni ensalzan a guerreros que la historia pone en los más altos pedestales, algunos de los cuales, envueltos en los oropeles de la fama, tienen, no obstante, como los dioses falsos, los pies de barro, para que la figura imponente fácilmente se venga al suelo. Vistas las cosas con la perspectiva del tiempo, es imposible cuantificar los daños que le han hecho a la humanidad algunos de esos “héroes”, cuyas hazañas han producido extensas biografías y kilómetros de celuloide, que sólo muestran los detalles de su arrogancia y crueldad; y los escombros de sus destrucciones. De ellos es necesario rescatar la memoria de quienes lucharon por causas justas, como la libertad de los pueblos, los principios y el honor. En cambio, no merecen alabanzas los conquistadores que, no contentos con poseer los territorios a los que pertenecían, se lanzaron a usurpar otros ajenos, para “redondear” sus posesiones, enriquecerse ellos y hacer ricos a sus soldados con el pillaje, y reclamarle a la historia la “gloria”, que los historiadores se han encargado de reseñar, poniéndoles ribetes dorados a los retratos de los personajes. Los pueblos, sumisos y aduladores, han perpetuado los nombres de los “caudillos del desastre” en estatuas y monumentos; retratos y esculturas; y en ciudades, calles y avenidas bautizadas con sus nombres…
Como el ejemplo cunde, algunos gobernantes, que alcanzaron el poder por los tortuosos caminos de la intriga y la traición, exaltan su propia “gloria”, construyendo ellos mismos, con cargo a los erarios de sus pueblos, monumentos, estatuas, mausoleos, ciudades, edificios, puentes y otras obras públicas, que lleven sus nombres, para que permanezcan en el tiempo, así hayan sido unos simples petimetres, grotescos e insuflados, que lograron sostenerse en el poder a horcajadas de incondicionales asalariados, con el poder de las armas o comprando adhesiones.
Por desgracia, la mala costumbre de crear dioses falsos ha descendido en la escala pública, desde las altas instancias del poder hasta los círculos regionales y municipales, para que en cada departamento, pueblo o villorrio, de Colombia, Venezuela, Argentina, Irán, Libia, Corea del Norte o Uganda, haya dioses falsos, a quienes no les faltan “devotos” que les prendan velas, les erijan estatuas, escriban sus biografías, pongan en lugares públicos sus retratos y exalten, cuando mueren, sus memorias, “para ejemplo de generaciones presentes y futuras”, como pomposamente dicen en los panegíricos quienes aspiran a reemplazarlos. Así sus nombres se paseen por juzgados y tribunales, y sus actuaciones huelan a bostezo de hipopótamo, mientras tengan plata para untarles las manos a sus áulicos y para pagar ediciones de obras que los exalten, permanecerán en la memoria de los pueblos y sus glorias crecerán, “como crecen las sombras cuando el sol declina”, como le dijo un curita al libertador Simón Bolívar en un pueblito del Perú. Ahora, los oradores parroquiales repiten la exaltación del héroe, sin comillas, acomodándosela a cualquier alcalde, gobernador o parlamentario, buscando ser nombrados en un cargo oficial.