Una vieja canción popular dice que “la vida es una tómbola”; algo así como un cara y sello o, también, una rueda de Chicago, en la que se pasa de la máxima altura a la parte más baja, para que las posiciones cambien con breves intervalos. Esos procesos innovadores, en el vestuario, el arte, la música, la literatura y las costumbres sociales, están impuestos por la juventud, ante cuyos designios no vale oposición de los mayores, ni normas legales, que terminan modificándose; ni dogmas religiosos, cuyos rigores ceden, a pesar de la severa tradición. Tales procesos de cambio son cuestionados por los mayores, a quienes no les queda más recurso que acomodarse, o retirarse a refunfuñar, invocando un cliché que no ha cambiado desde tiempos lejanos: “Estos muchachos de hoy en día…” Eso decía Platón hace más de dos mil quinientos años, cuando se quejaba de que los jóvenes no respetaban a los mayores, ni acataban sus normas. Y hace poco más o menos 100 años, en la segunda década del siglo XX, uno de los pensadores más brillantes del elenco filosófico universal, José Ortega y Gasset (1883-1955), en su obra “La rebelión de las masas”, afirma: “En las escuelas que tanto enorgullecían al pasado siglo, no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu”. Y en otra parte de su ensayo afirma: “Tres principios han hecho posible ese nuevo mundo: la democracia liberal, la experimentación científica y el industrialismo”. Además, el visionario pensador, como si oteara los sucesos de cualquier país suramericano del siglo XXI, sentenció: “En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean es destruir las panaderías”. Se ha visto en procesos políticos recientes que no hay, al menos en los países del entorno colombiano, líderes de sólida formación ética e intelectual, con idearios definidos, que busquen llegar al poder para trasmitir a las masas formas de convivencia para la superación social, sino que, al impulso de super egos y de ambiciones rastreras, inspiradas en la frivolidad y la bajeza moral, transigen con el populacho, conquistan votos y triunfan en las urnas, para lo cual, como en la guerra sucia, todo vale. El recurso para alcanzar tales propósitos, más que propuestas de sana y eficiente superación social, sustentadas en programas pensados sobre certezas históricas y estadísticas confiables, radica en dádivas monetarias, publicidad engañosa y montajes en redes informáticas. Esa estrategia, que exige cuantiosos gastos, implica hacer alianzas indispensables con quienes disponen de los recursos económicos, pero no dan “puntada sin dedal”. De ahí la alarmante corrupción que campea por el mundo, del brazo con otras lacras sociales, hasta cuando la juventud disponga cambiar las cosas.
El nombre de Nicolás Restrepo Escobar quedará escrito con letras de oro en la historia centenaria de LA PATRIA. Su gestión de timonel sabio y seguro surcó con éxito situaciones complicadas. “¡Oh Capitán, mi Capitán!”
(W. Whitman).