A falta de estudios sólidos, lógicos y razonables, incontaminados de politiquería, que justifiquen el cambio total de estructuras indispensables para el buen suceso del desarrollo político, social y económico de Colombia, el gobierno populista de izquierda, a pesar de que está instalado en la Casa de Nariño por mandato popular de la democracia decadente, añora el estilo altisonante y demagógico de la plaza pública, para buscar apoyo a sus iniciativas en el pueblo, invitándolo a que marche en fecha determinada, a favor del revolcón de instituciones y sistemas, tomado como magna obra suya. Para disimular la incompetencia de funcionarios responsables de adelantar cambios sensatos, porque carecen de sustentos técnica, económica y socialmente consistentes, bueno es convocar al bochinche, protagonizado por gente que no entiende de qué se trata o para qué es el apoyo, pero le pagan para que salga a gritar consignas preparadas por los áulicos del régimen. Esa es una manera de responder a las críticas de sectores que cuestionan cambios arbitrarios, por aviesos, imprudentes e inoportunos. La obligación del Estado es garantizar la seguridad y tranquilidad ciudadanas; y los movimientos callejeros suelen terminar en desórdenes y vandalismo, que hacen todo lo contrario. La historia reseña ejemplos muy elocuentes de caudillos populistas, de derecha e izquierda, que alcanzaron el poder y llevaron a sus países a la debacle, insuflando sus egos con marchas multitudinarias de apoyo obligado, o pagado con recursos oficiales. Lástima que la historia sea ignorada por generaciones recientes, porque los “cerebros” financieros de la educación oficial sacaron del pensum las ciencias sociales (historia, geografía, cívica, urbanidad…), para reducir la nómina de los maestros.
Es importante distinguir los conceptos de liderazgo y caudillismo, para entender los modelos de dirigencia política que representan. El liderazgo es la capacidad de conseguir metas personales, asociadas a intereses superiores de las comunidades. Ese propósito exige planeación, constancia, determinación y compromiso, para lo cual es necesario el conocimiento de sí mismo; además de la identidad con los objetivos relacionados con las personas a las que se quiere conducir o gobernar. El caudillismo, en cambio, es imperioso, arrogante, dictatorial y mesiánico; además de insubstancial y autoritario. Para entender mejor la figura con ejemplos más o menos recientes, líder fue Nelson Mandela, quien recobró para Suráfrica su autonomía política y administrativa, conculcada por el poderoso imperio británico, sin más armas que la razón, el patriotismo y la resistencia pasiva. Y caudillo Hugo Chávez Frías, un chafarote prepotente, que pretendía expandir por toda América Latina la idea del socialismo siglo XXI, con él como abanderado, para sumir a todos los países de la región en la miseria a la que condujo a Venezuela.
“Principio tienen las cosas”, dice la sabiduría popular, y llevar a un país como Colombia al caos generalizado puede comenzar con marchas de apoyo a las imprudencias de un gobierno populista e improvisador.
Última hora. La marcha que organiza la senadora Cabal, al estilo de Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, es una incitación irresponsable a la violencia.
El país necesita tranquilidad para trabajar, producir y educarse, no bochinches.