Los consejos de seguridad y los foros temáticos para estudiar asuntos puntuales o solucionar emergencias, se parecen a los voladores en las fiestas pueblerinas: suenan cuando se prenden, se elevan, explotan en el aire, forman un abanico de luces, se apagan, cae la varilla de madera y no pasa nada más. El hecho apenas provoca la admiración boquiabierta de los espectadores.
En 1975 decía el dos veces presidente de Colombia, Alberto Lleras Camargo (1945-1946 y 1958-1962): “A los problemas (…) hay que agregarles otro: la manera como son tratados. (…) Ni la crisis de alimentos, ni la sobrepoblación del planeta, ni la energía, ni la contaminación y destrucción del ambiente, ni la discriminación contra cualquier parte de la población, o el derecho del mar, son cosas para manejar de manera demagógica, atropellada y política. Debe haber una reacción (…) contra la manera loca de gastar los dineros y despilfarrar las energías de los gobiernos”. A la lista del presidente Lleras Camargo agréguensele ahora las frecuentes masacres, los desastres que generan intensos inviernos o prolongados veranos, los terremotos y los intentos por negociar la paz con grupos criminales narcoterroristas.
Lo expresado hace 48 años por el estadista tiene vigencia, porque siguen viajando comisiones del alto gobierno a reunirse con comunidades y autoridades regionales para estudiar soluciones a graves problemas, reconstruir localidades arrasadas o enfrentar a grupos criminales y parece que oyen pero no escuchan, que no es lo mismo: una cosa es oír el ruido del agua desbordada y otra escuchar el clamor angustioso de los damnificados. Los delegados oficiales, después de disfrutar de cómodos transportes y jugosos viáticos, regresan a sus sedes y un tiempo después las comunidades vuelven a reclamar, porque nada de lo que se acordó se ha cumplido. Y vuelve y juega: protestas, vías taponadas, transporte detenido, escasez de alimentos y combustibles…y nuevas delegaciones del Gobierno a lo mismo: ¡a nada!
Lo de ahora, con el “cambio total” del gobierno Petro, que lideran funcionarios con más deseos de lucimiento personal que solvencia en los cambios que pretenden poner patas arriba instituciones de alta sensibilidad social, ante las protestas y reclamos, convocan a comisiones de estudio y a representantes de las partes afectadas, así como a parlamentarias que finalmente han de decidir, y el Gobierno oye pero no escucha, porque priman el talante imperial del presidente y la arrogancia de la alta burocracia.
La historia se repite. El expresidente Uribe (2002-2019) escuchaba a las comunidades sus quejas, daba órdenes a sus subalternos para solucionar los problemas y solía no hacerse nada. Cuando un pueblo fue destruido por una avalancha, el expresidente Santos (2010-2018) ordenó la construcción de 350 casas y una escuela, lo que aún no se ha terminado. Igual cosa ha pasado con la reconstrucción de la isla Providencia, arrasada por un huracán, que el expresidente Iván Duque (2018-2022) dispuso ejecutarse en 100 días. Sigue en veremos. La fórmula de la ineficiencia es: Nombre una comisión y lávese las manos.