Liderazgo es el arte de conducir grupos humanos hacia objetivos determinados por las circunstancias, mediante la autoridad, el conocimiento, el carisma, el ejemplo y el compromiso. El líder puede ser social, político, deportivo, religioso, artístico…o criminal. Como corresponde a cualquier actividad humana, de acuerdo con los cánones establecidos por las sociedades occidentales, hay líderes buenos y malos. Lo cual es relativo: “(…) depende del cristal con que se mire”.
Atila, por ejemplo, el líder mongol de los hunos, a quien el cristianismo califica como bárbaro y depredador (“el azote de Dios”), fue un conquistador, como Alejandro Magno, Julio César, Solimán o cualquiera de los invasores europeos de América, que condujo a sus huestes desde el norte de Asia hasta Europa, haciendo lo mismo que sus homólogos “civilizados”: robar para subsistir y acrecentar el poder; ampliar dominios y destruir culturas para imponer costumbres y creencias. Atila, sin embargo, pese a lo que han enseñado los maestros de religión e historia de este lado del mundo, era un líder de principios. Su liderazgo iba más allá de lo militar. Era buen administrador de los bienes de su pueblo, austero en el gasto y poseía sólidos principios morales, de acuerdo con su cultura, claro. Tal vez es exagerado, pero dicen algunos historiadores liberales que, en vísperas de una batalla, dormía sobre el caballo para no perder tiempo. También conocía muy bien la cultura occidental porque, como descendiente de gobernantes de su país, había estado en Roma en intercambio con un hijo de cualquier emperador. Según eso, hablaba latín. Si es mentira, de todos modos es muy interesante el dato. Los maestros conservadores y católicos de antes contaban que cuando Atila llegó a las puertas de Roma salió a su encuentro el papa Julio II y su augusta presencia fue suficiente para que el bárbaro desistiera de arrasar la ciudad. La verdad (más lógica, además) es que el pontífice era diplomático y buen negociador y convenció a Atila de que se conformara con los bienes que podían entregarle y no asolara la ciudad, que contenía gran parte de la cultura europea.
Una contradicción actual en el mundo muestra que, paralelo al desarrollo científico y tecnológico, deslumbrante y de gran utilidad para la humanidad, se ha deteriorado el liderazgo, por la imposición de lo que alguien llamó “la ignorancia ilustrada”. Es decir, el academicismo y la acumulación de títulos, a la par con la ausencia de valores y principios y la carencia de razonamiento lógico. Más soberbia personal que perspicacia intelectual. Además, salvo contadas excepciones, la solidaridad humana no pasa de ser un discurso vano, pronunciado con el fin de ascender en la escala social los dirigentes políticos o empresariales, tras el poder y la riqueza, mientras las desigualdades entre los humanos crecen dramáticamente.
La democracia, negociada por políticos sin escrúpulos con criminales y corruptos, escoge para los cargos de responsabilidad social a individuos sin formación para los cargos ni vocación de servicio. De ahí que los equipos de gobierno (ministros, secretarios y otros), sean más lesivos que eficientes. Pero los humos del poder no permiten ver con claridad a quienes los escogen.