Se necesitarían varias columnas para lograr una aproximación real a lo que ha sido la temática social en la novela colombiana. El tema es tan complejo, que se presta para escribir un ensayo de interpretación sociológica demasiado extenso. Sobre todo cuando se sabe que en la literatura colombiana ha sido una constante escribir sobre el desarraigo del hombre, sobre las necesidades de las clases marginadas y sobre el desespero de aquellos seres humanos que nada tienen. Pero, desafortunadamente, el espacio no nos alcanza para abordar un tema tan profundo. Sin embargo, vamos a intentar, en varias entregas de esta columna, aproximarnos un poco a la novela colombiana de temática social. No olvidemos que el nuestro es un país con grandes desigualdades sociales.
En estos artículos vamos a hablar de aquellos escritores que tuvieron como constante en su obra narrativa el sufrimiento de los colombianos, sus angustias, sus tristezas, sus desesperanzas. Es importante decir entonces que la mayoría de nuestros escritores han abordado en sus obras la resiliencia del hombre. Nuestra novelística, desde sus primeros años, ha enseñado en sus páginas el dolor humano. Podríamos decir que aquí hemos asimilado fácilmente esa preocupación por lo social que aflora en la obra de Emile Zolá, especialmente en su novela “Germinal”. Ese grito de desesperanza de las clases humildes, ese sudor del obrero, esa nostalgia del trabajador asalariado, esa tristeza del campesino aparece en gran parte de nuestras novelas.
Novelar sobre la pobreza es, a veces, un tema recurrente. Lo que hicieron nuestros novelistas fue apropiarse de unos argumentos que atraían lectores. El realismo social llegó a nuestra narrativa después del romanticismo. Fue un movimiento literario que cambió la relación del escritor con el universo y con la sociedad, una revolución en el arte de escribir. Nuestros autores empezaron a comprometerse con la realidad social de su entorno geográfico para expresar en sus obras la angustia del hombre colombiano, su lucha por la vida, sus creencias religiosas, sus patrones de vida. Y tomaron a ese ser sin nada entre las manos como protagonista de sus historias. Es decir, se apersonaron de sus dificultades. Hicieron de esos seres humanos los héroes de sus novelas.
La teoría del realismo social explica la novela como un espejo ofrecido a la sociedad para que se contemple en ella. En la novela social están todas las clases sociales, con sus valores, con sus virtudes, con sus defectos, con sus flaquezas. Pero predomina el personaje sencillo, humilde, desarraigado, extraído de los cinturones de miseria. Si Honorato de Balzac retrató a la gran sociedad francesa de su época en su comedia humana, muchos de nuestros escritores tomaron a las clases sociales menos favorecidas por la fortuna para enseñar las injusticias sociales. Para ellos la pobreza no es un pretexto para novelar. Es más que eso: una fuente inagotable de temas que posibilitan un acercamiento a la realidad social del país. Una veta literaria donde se podía abrevar.
Hay que establecer, necesariamente, las diferencias existentes entre el realismo social y el realismo crítico. Mientras el realismo social muestra una sociedad que busca mejorar su calidad de vida, sin comprometerse el escritor, el realismo crítico trata de despertar la conciencia del hombre frente a su destino. El realismo social puede ser más adocenado, más elaborado, pero no se compromete a fondo con la causa que pregona. El realismo crítico, en cambio, fustiga las diferencias sociales y la falta de equidad. El novelista que toma para sus obras personajes extraídos de los cinturones de miseria se compromete. Y denuncia la injusticia social, el deterioro de la calidad de vida y las pocas oportunidades que tienen quienes pertenecen a esta clase social.
La miseria es para los autores del realismo social un tema con muchas aristas. En Colombia, según veremos en los próximos artículos, fueron muchos los novelistas que tomaron el realismo crítico como escuela para trascender. Hasta Gabriel García Márquez, que hizo del realismo mágico un filón temático, incursionó en los terrenos del realismo social. “El coronel no tiene quien la escriba”, que el mismo catalogó como una de sus mejores novelas, es la expresión de la angustia de un hombre que vive esperando a que le llegue a Macondo el sobre con la notificación del reconocimiento de su pensión por los servicios prestados a la patria. El propósito es lograr una aproximación a la novela de denuncia social que se ha escrito en Colombia.