Todos anhelamos vivir en un mundo de ángeles, donde la verdad, la justicia, la bondad y la misericordia sean la constante y nuestro actuar fuese el imperativo categórico para nuestros semejantes. A este estado aspiramos ascender en algún momento quienes confiamos en una vida después de este corto tránsito terrenal. Por lo pronto, tendremos que cruzar este valle de lágrimas.
En este trasegar indudablemente existen personas de noble corazón, de conducta intachable y de propósitos loables. Seres que parecen enviados por la Divina Providencia para iluminar la vida de sus semejantes y bendecir con sus acciones todo cuánto tocan. Sin embargo, la mayoría de nosotros, pobres pecadores, sucumbimos ante las tentaciones y nos apropiamos de odios, envidias y deseos que nos conducen por caminos innobles de los cuales muchas veces nos avergonzamos.
Es deber de quien ejerce una posición de poder político ser consciente de esta cruda verdad. Debe comprender que las personas que están sometidas a su autoridad no solo son buenas, pues también hay quien exhala falacias en cada respiro, traiciona en cada amanecer y se prepara para blandir el puñal sobre la espalda de quien le tendió su mano generosa. Es la naturaleza humana.
Los deseos de cambio de la actual administración han demostrado un exceso de confianza en personas que históricamente han defraudado las oportunidades que la sociedad le ha brindado; que ya bordea los límites de la ingenuidad. La extradición y la definición de su política ante el cambio climático son solo dos ejemplos.
Hace unas semanas, el presidente de la república anunció un cambio en la política de extradición que tradicionalmente había mantenido el Estado colombiano. La nueva estrategia comunicada en redes sociales garantizaba que los narcotraficantes que negociaran con el Estado y dejaran de delinquir (en ningún momento se hizo referencia a otro tipo de bandidos), tendrían beneficios jurídicos y no se extraditarían. Solo unos días duró el festín antes de toparse con la cruda realidad. Estas definiciones deben adoptarse después de un proceso de consenso con los países que reclaman a las personas que han delinquido en sus territorios (principalmente Estados Unidos), por lo cual se vio avocado a dar marcha atrás y autorizar la extradición de una veintena de angelitos, entre ellos el hermano de Piedad Córdoba.
La lucha contra el cambio climático es otro de los pilares del actual gobierno. No cabe duda sobre la necesidad de apoyar estas iniciativas y defender a ultranza todos los esfuerzos que se hagan para cuidar con esmero este bello planeta azul. Esta no es una preocupación exclusiva del presidente de Colombia, pues alrededor del mundo proliferan las iniciativas para hacer de nuestro ambiente un lugar sano que podamos heredar a nuestros hijos. Sin embargo, el bello discurso pronunciado ante la ONU ha revelado una candidez casi infantil que expone realidades que no se cambiarán con buenas intenciones. La adicción global hacia al petróleo no mutará por que el presidente de Colombia lo pida en la asamblea de un organismo internacional. Debe comportar una estrategia que se construya de manera conjunta en un escenario global y que no lesione la seguridad económica de una sociedad que ha basado su modelo de desarrollo en el preciado oro negro. De hecho, resulta un poco irónico que nuestro presidente, donde la industria petrolera comporta la fuente principal de ingresos de la nación, consuma 40 mil galones de gasolina en un avión privado para reclamar en la Asamblea General de la ONU por la hipocresía de las sociedades que devoran combustible. De igual forma el llamado a proteger la Selva Amazónica es necesario y oportuno. Pero esta protección no se logra cediendo ante los grandes cultivos de coca sino combatiéndolos, con autoridad y determinación, porque, salvo el uso ancestral que de esta planta hacen nuestras comunidades indígenas y al cual tienen derecho que no se discute, su cultivo extensivo es el inicio de la producción industrial de cocaína en Colombia. La responsabilidad en esta coyuntura no es de la planta en si misma sino del uso que le hemos dado para la producción de alcaloide.
Preocupa para el futuro de la patria el exceso de buena fe que nuestro gobierno ha depositado en actores violentos que en el pasado han desechado las oportunidades de paz que se han tendido. Esperemos que estos gestos de generosidad no se traduzcan en debilidad en la institucionalidad del Estado porque en lugar de un mundo de ángeles, llegaríamos al octavo círculo del infierno.