Transitar entre Bogotá y la costa caribe colombiana es una verdadera odisea, digna de epopeyas homéricas. Se requieren nervios de acero y pertenecer a una casta de titanes para acometer semejante aventura. Poco importan los cerca de 500 millones de dólares que se han invertido en esta ruta vital para nuestro país pues hoy esta autopista es, en la mayoría de sus tramos, un poco mas que un camino de herradura lleno de trampas mortales.
El martirio comienza con una difícil salida de Bogotá. El tráfico en la ciudad capitalina se ha convertido en una pesadilla agravada por las insuficientes acciones de la administración distrital para resolver un problema endémico que de tanto sufrirlo se ha vuelto costumbre. Congestión vehicular, desorden en las zonas de parqueo, basuras regadas por doquier, paros que nunca terminan, bloqueos a las vías principales y medidas de restricción al transporte particular; son la experiencia que hoy matiza a la ciudad de todos. Después de sufrir cuando menos tres horas de embotellamiento, que pueden ser mayores dependiendo de la hora de circulación, podrá cantar victoria y cruzará el puente de la calle 80 para tomar la “autopista Medellín”.
Pero no hay de que emocionarse, los primeros kilómetros de esta autopista son tan difíciles como la capital misma. Eternas filas de vehículos que deben esperar que el transporte de carga realice sus actividades comerciales atiborran una estrecha vía de dos carriles que lo invitan a conquistar el Alto del Vino. Desde este punto inicia el descenso hasta la bella ciudad de Guaduas pasando por Villeta, a través de una carretera que en su mayoría se encuentra en excelente estado y corre con normalidad. Este es el sector 1 de la ruta del sol en una longitud de 78.3 kilómetros y es, tal vez, el único tramo digno de presentar en esta mega obra.
El sector 2 de la Ruta del Sol se extiende en una longitud de 510 kilómetros comprendidos entre Korán (Puerto Salgar) hasta el corregimiento de San Roque en el municipio de Curumaní del departamento del Cesar. Este sendero es hoy una verdadera vergüenza para la infraestructura nacional. Si tiene suerte su viaje solo se adicionará en algunas horas producto del estado de las vías. En el peor de los casos, deberá notificar a sus familiares sobre la conveniencia del testamento antes de circular por esta trampa mortal. Miles, léase bien, miles de baches, desniveles y huecos han herido de muerte el tramo 2 de esta ruta para hacer de ella una autopista imposible de abordar. No es extraño observar en este recorrido accidentes graves que le costaron la vida a las personas involucradas en ellos, a causa de los cráteres que se observan de manera persistente, uno tras otro. Pareciera que el dinero de los peajes sirve para todo tipo de lujos de los concesionarios, menos para reparar la vía concesionada.
Pero el riesgo a la vida a causa del deplorable estado de la ruta no es el único padecimiento. Constantes cierres de la vía y embudos que la estrechan a un solo carril obligan a los viajeros a esperar por horas hasta que estos se resuelvan. Estos eventos son frecuentes en los sectores de Puerto Triunfo, Puerto Boyacá, Puerto Araújo, Pailitas y Curumaní.
El sector 3 no es tan funesto, pero tampoco alentador. Con una longitud de 223 kilómetros, su estado terminará por destruir la poca paciencia que aún le queda y la esperanza en una Colombia que dé orgullo de sus nacionales.
Tal vez esta ruta comporte un reto significativo en recursos y esfuerzo por parte de la administración. Sin embargo, resulta absurdo que después de 25 años, 12 peajes operativos y mas de 500 millones de dólares de inversión en recursos estatales, hoy el estado postrero sea similar al primero y quienes hayamos transitado por ella, la señalemos como la ruta al deterioro.