¡Qué difícil es vivir bajo los radicalismos! Se esfuma la belleza de la vida, se pierde el contexto de lo universal y se levantan muros de falacias que creemos verdades. Quienes ideológicamente acampan bajo un extremo, se encuentran miopes ante realidades que, oscilantes, deambulan sobre péndulos que se reúsan a permanecer estáticas.
En medio de la violencia endémica que sufre nuestro país, donde ríos de sangre han corrido bajo el amparo de las beligerancias de unos cuantos que se han creído dotados de la verdad absoluta por la Divina Providencia, resulta peligroso – cuando menos –, la asunción imaginaria de quienes se niegan a reconocer verdades mas allá de las suyas, olvidando convenientemente que el nuestro es un territorio plural, donde todos debemos gozar del mismo derecho a expresarnos, a debatir, a proponer y a decidir sobre lo que creemos o no oportuno.
Llama la atención la postura belicosa que ha adoptado el presidente. So pretexto de convocar movilizaciones en apoyo a sus iniciativas ha empleado la tarima para graduar enemigos a diestra y siniestra. Lanza diatribas por igual contra sus contradictores, contra sus amigos y aún contra la prensa libre, censura lo que agresivamente llama “clase media arribista” a quienes califica como verdaderos obstáculos de la democracia, increpa con vehemencia a los exmilitares que valientemente arriesgaron su vida para salvaguardar la nuestra, cuestiona el papel de los partidos que se atreven a disentir de sus ideas, califica de mentirosas las encuestas que no le favorecen, estigmatiza como “riquitos” a los pequeños emprendedores que deben debatirse cada mañana contra el infortunio para llevar pan a su mensa y de paso pagar los impuestos que sostienen las arcas de une estado glotón, cuestiona de facto la separación de poderes que priman en un Estado Social de Derecho y, como si esto fuera poco, lanza cientos de trinos por sus redes sociales para buscar camorra contra todo el que se le oponga.
Su personalidad parece no ser la de un demócrata que ostenta la primera dignidad de un país. Por el contrario, se asemeja a un reyezuelo bananero, que encuentra enemigos debajo de cada piedra y que sufre de un marcado complejo de persecución. Tampoco es la de un presidente que sabe que tiene que gobernar para los que votaron por él y los que no lo hicieron, sino la de un dictador que vela únicamente por sus áulicos mientras observa con recelo a quienes lo cuestionan.
En este escenario turbulento, es pertinente adentrarnos en el análisis desde una perspectiva teórica de la política. Un presidente belicoso encarna una figura que se asemeja más a la de un líder autoritario que a la de un demócrata comprometido con los valores fundamentales de la sociedad. Su postura confrontacional y su desprecio hacia aquellos que se oponen a sus ideas son características propias de regímenes totalitarios.
Desde la teoría política, podemos observar cómo se entrelazan elementos propios del populismo y el autoritarismo en su estilo de liderazgo. El discurso polarizador y la búsqueda constante de enemigos imaginarios se convierten en estrategias para consolidar su poder y mantenerse en el centro de la atención política. Al señalar a determinados grupos sociales, medios de comunicación y sectores opositores como obstáculos para el progreso, se fomenta la división y se promueve la creencia de que solo el presidente tiene la verdad absoluta.
La teoría política nos enseña que la democracia se fundamenta en el respeto a la diversidad de opiniones y la inclusión de todas las voces en el proceso de toma de decisiones. Sin embargo, un presidente belicoso muestra una clara tendencia hacia la exclusión y la intolerancia, fomentando una polarización que fractura la sociedad y dificulta el avance hacia soluciones consensuadas.
Es crucial que la ciudadanía esté consciente de los peligros que entraña un liderazgo basado en la confrontación y la descalificación. La fortaleza de la democracia reside en la participación activa de los ciudadanos y en la defensa de los valores que la sustentan. Es necesario recordar que los líderes están al servicio de la sociedad y no al revés, y que la verdadera grandeza de una nación radica en la capacidad de construir consensos y trabajar en conjunto por el bienestar común.