En días pasados Manizales tuvo el privilegio de recibir la visita de importantes representantes del Gobierno nacional, así como de connotados referentes del sector productivo que fueron convocados con el fin de discutir caminos de reactivación económica. En ese escenario fue enorgullecedor ver a nuestro alcalde, Jorge Eduardo Rojas, y a nuestro gobernador, Henry Gutiérrez, representar a nuestro territorio con mucho liderazgo. Sin embargo, aunque el objetivo de la reunión era loable, y sin ánimo de ser aguafiestas, la reactivación que todos anhelamos requiere más que reuniones y buenas intenciones.
Son otras las cosas que se necesitan. En primer lugar, se requieren mensajes desde el Estado que generen confianza en los inversionistas. Es difícil atraer inversión al país cuando se compara el negocio bancario con el “gota a gota” o cuando se equipara a las empresas mineras y a las generadoras eléctricas con las mafias de la cocaína, y así podríamos seguir, sector por sector, con un discurso agresivo y descalificador contra cada uno. Los gobiernos que realmente quieren atraer inversiones buscan construir confianza con sus palabras y sensibilizar a los distintos sectores económicos en forma persuasiva. Así sucede en el mundo entero.
En segundo lugar, están los grandes proyectos de obra pública que tienen la virtud de generar empleo y activar las dinámicas económicas en forma rápida. No hay sino que pensar en que cada billón de pesos invertidos en infraestructura genera cerca de 28.000 empleos; es decir, mejora la calidad de vida de 28.000 familias, con todo y lo que eso significa para un país. Así mismo, como bien lo afirma Agustín Aguerre, gerente del sector de infraestructura y energía del BID, cuando la inversión en infraestructura es eficiente, cada dólar invertido genera hasta ocho dólares de producto bruto interno.
La inversión en infraestructura genera un efecto multiplicador sobre el crecimiento, reactivando la economía. Es más, según la Cámara de la Infraestructura, “por cada incremento de la inversión en este sector del 0,7% del PIB en promedio anual durante los próximos 10 años, la tasa de crecimiento económico aumentaría en 1 punto porcentual. Esto se traduciría en una reducción promedio de la tasa de desempleo de 0,8 puntos porcentuales, y una reducción de la tasa de pobreza de 0,6 puntos porcentuales”.
Por su parte, “cada peso invertido en obras civiles se traduce en un aumento de 2,25 pesos en la producción nacional, 2,46 pesos en salarios y 4,90 pesos en impuestos”. El problema de la infraestructura pública es que necesita proyectos, planificación, valoración financiera, contratación bien hecha, controles, cronogramas claros de obras y capacidad de hacer que las cosas pasen, y eso, mis queridos lectores, es lo que no se ve en este Gobierno.
En tercer lugar, hay que estimular la construcción de vivienda. Esto requiere subsidios, menos trámites y ayuda en la gestión de tierra para incentivar proyectos. En síntesis, necesitamos generar empleo, que las familias cuenten con recursos para consumir y mejorar su calidad de vida. La reactivación que buscan propiciar requiere menos discursos, menos ideología y más ejecución y pragmatismo. Así es como se reactivan las economías.