Me gustaría escribir sobre los cumpleaños. Entonces hablaría de los calendarios. Me preguntaría si quien los inventó quiso meter el tiempo en unos cuadros para darle un sentido a la eterna fugacidad del presente. Pero el tiempo es un Cronos burletero que ama comerse a sus hijos. Con seguridad ese inventor se cuestionaría al constatar que los cumpleaños ahora sirven para otra cosa. A veces me parece que celebramos para olvidarnos del origen. El tiempo, nuestro creador y verdugo, debe gozar al ver cómo se diluyen los sentidos con la rapidez de un cumpleaños feliz.
Continuaría escribiendo en condicional y al final terminaría con la frase “pero no diría nada” tras haberlo dicho todo. Esa es una buena forma de representar el tiempo: aquello que pasa mientras nos preguntamos por eso que pasa. Sin embargo me abstengo del condicional para no sonar muy decimonónico. No doy más vueltas y lo afirmo “con toda claridad”, como les gusta decir a los políticos.
Supuestamente mañana cumple años Manizales. Con esa frase fluye otra vez el tiempo: en ella se conjugan el pasado de mañana, que es cuando escribo, el presente de mañana, que es mi futuro ahora, y el futuro de mañana, que será el presente cuando esta columna vea la luz. Me perdonan estos enredos. En ocasiones es refrescante abandonar el canon de la simplicidad que pulula en las páginas de los periódicos.
Como decía, el cumpleaños será un jueves, día en que la selección de fútbol colombiana juega su partido contra Uruguay. Es lo verdaderamente importante ahora, el único origen que mueve los corazones de los neogranadinos caldenses. ¿Que el 12 de octubre se conmemora el “Mutuo Descubriendo de América y Europa” o “el Día de la Raza” o cualquier otro eufemismo para olvidar la barbarie? Bien pueda, estimada amiga, y salga a la calle y vea las camisetas amarillas y a la gente queriendo olvidarse de sí misma tomando cerveza o aguardiente adulterado en las cantinas de la Santander.
Puede preguntarle a cualquier transeúnte: “¿cuáles son las más importantes elecciones?”, y este le dirá, con mucha justicia: “¡pues Argentina y Brasil!”. Nada del encuentro de dos mundos, nada de “La capa del viejo hidalgo / se rompe para ser ruana”, nada del debate de las ideas políticas. Ni mucho menos nada del lugar común de los antioqueños con perfil de romanos o de griegos que vinieron a colonizar estas tierras indómitas (menos mal esta idea también pasará al olvido). Nada de eso. Los grandes debates serán la verdadera razón por la cual Néstor Lorenzo no convocó a Juan Guillermo Cuadrado y si el Once Caldas se salvará del descenso.
Lo bueno es que por un lado nos olvidaremos de la política. El fútbol hará que se ponga el mundo en paréntesis. Los candidatos tendrán que usar la camiseta de Colombia sobre la camisa de ingenieros. Dirán el eterno eslogan de que el deporte nos une. Por el otro lado, este será otro cumpleaños que se transforme en balaceras de cantina y en conciertos organizados por los ungidos de turno. Lo mismo de siempre. Pocos se preguntarán si ese día es el verdadero cumpleaños de Manizales y cuál es el supuesto origen que se celebra; si es algo más que la nostalgia de no ser españoles. Si mucho el jueves habrá izadas de bandera en los colegios y carteleras con consignas en los corredores. De todas maneras el tiempo los hará olvidarse de todo. Quizá no sea necesaria ninguna de estas reflexiones. Para qué ponerse con profundidades. ¡Que gane Colombia y que seamos felices por tres horas, así sucumbamos al olvido del tiempo y volvamos a elegir a los de siempre!