Como es mi costumbre, me gusta aprovechar el tiempo haciendo scroll en el celular. Iba pasando las formas del espectáculo diario digital–los flashes de masacres, videos de gente actuando para parecer chistosa, tips para una sana digestión, cancelaciones momentáneas– y, de pronto, llegué a una noticia que confundí con un chiste: “Entre ellas está el rostro más lindo de Caldas: mañana será la elección en Los Yarumos”. Me fijé bien y no. No lo era.
Se trataba de un encabezado del 24 de mayo pasado, de La Patria. Medité y recapacité: ¿cómo se me va a hacer raro que existan estos eventos en que cosifican a niñas desde la infancia (incluso había una categoría de “rostro infantil”), en una ciudad en que parte importante de la opinión pública se lamenta porque el Congreso abolió un espectáculo de la tortura, que es la tauromaquia?
La indignación me pasó rápido, como suelen ser esas cosas hoy en día. Sin embargo, los rostros de las candidatas mirándome, con sus sonrisas hacia la nada y la exposición de sus cuerpos, me hicieron pensar en otro espectáculo todavía más vanidoso: el de la política. ¿Qué pasaría si hiciéramos un concurso del rostro más lindo de Caldas, en que solo participen políticos? Con seguridad el evento no debería ser en Los Yarumos sino al lado de un río, para que cualquier lagarto pueda escaparse sin problemas.
Aunque lo del lugar es cuestión de logística (ya sabemos que los políticos caldenses son expertos en logística, sobre todo de música popular: la exacta definición para ellos de cultura, con la que tienen una muy buena Conexión).
Como buen desocupado me puse a imaginar. ¡Que pase el primero! Va desfilando por la pasarela un hombre medio encorvado. Sus tenis para simular un toque de adulto joven lo delatan. Sorprende a los asistentes porque se pintó la cara a lo Gene Simmons. Los jurados aprecian que, a pesar de maquillarse como rockero, tiene un claro perfil de político tradicional. El rostro aceptablemente simétrico no oculta una abundante boca, que le sirve en los discursos como un megáfono.
¡Que pase el segundo! Antes de que abandone el político rockero, el segundo se le lanza a darle un beso y un abrazo, pero aquel no se deja, pues solo da abrazos en campaña. Lo cual no le importa a este otro candidato, a quien poco se le ven los ojos, quizá por constantemente hacerse el ciego. “¿Quién dejó pasar a este abuelito?”, preguntan los espectadores, borrachos y bullosos como buenos caldenses en concierto del Charrito Negro. El hombre bambolea su coxis mandando besos. Ha elegido una bata de médico adornada de telarañas. Suenan las cámaras y sorprende poniéndose una máscara. ¡Es la del meme de su campaña, diseñada por Maurice Lizcanne! Los de logística se lo impiden porque no se puede abusar de ellas. Los jueces valoran positivamente los brillos de su calva: dan muestra de un hombre brillante y de mente abierta.
¿Por qué no pasa el tercero? El público se impacienta. Segundos después logra ver que se está lavando las manos y luego se las seca con una toalla roja. Por fin, sale como un detenido que ha sido liberado. Este candidato es coherente con el refrán “político sin panza no es de confianza”. No sonríe. Manda con la mirada. La algarabía deja de sonar. Solo sonríe para la foto. Por la forma en que se asoma la nariz, los jurados consideran que es un político con muy buen olfato, pero no se dejan engañar por el truquito de la barba para disimular los cachetes y la papada, que hacen pensar que se ha comido varios secretos –y no pequeños–.
Con estos tres personajes tuve para imaginar cómo sería el concurso. ¿Quién lo habrá ganado?