En su libro “Política para Indiferentes” Juan Carlos Monedero aborda lo complejo de las soluciones a los problemas económicos y sociales mundiales, y nos invita a rechazar las respuestas simples frente a situaciones tan complejas como la lucha contra los efectos negativos del modelo hegemónico, neoliberal y nacional populista. Monedero nos recuerda las diversas alternativas ensayadas para salir de ese modelo: derrotarlo, huir, domesticarlo o encontrar espacios para la insurgencia social dispersa, basada en la cooperación y la solidaridad.
La alternativa de derrotarlo implica la confrontación directa y la lucha activa contra el sistema hegemónico. Esta opción perdió vigencia con la caída de la Unión Soviética (y del muro de Berlín) en 1991. El capitalismo se impuso y el mundo se volvió unipolar. Huir plantea la posibilidad de escapar de las dinámicas económicas (neoliberalismo) y políticas (nacional populismo) creando comunidades alternativas (eco-aldeas o movimientos de vida sencilla). Aunque en lo individual o en lo micro puede funcionar, es ineficiente para lograr transformaciones sociales y políticas macro.
Domesticar este modelo implica encontrar fórmulas de regulación y control sobre sus prácticas, tan perjudiciales para la sociedad y el medio ambiente. Pero sabemos que el mercado no se autorregula y que el poder económico ha subordinado y corrompido a buena parte del poder político. Generar y promover espacios de insurgencia social dispersa, basados en la participación ciudadana activa (proceso constituyente), la cooperación económica (economía popular) y la solidaridad social (humanismo), es una alternativa que requiere de la construcción de redes de apoyo mutuo y participación social activa que promuevan la confianza, la colaboración, la construcción colectiva y la mutualidad como valores alternativos a la acumulación, la depredación, la exclusión, la explotación, la competencia y el individualismo, instalados y normalizados en nuestra sociedad por el hegemón.
Asumir el reto de identificarse como alternativo, o declararse progresista, conlleva el compromiso de proponer y generar acciones socialmente innovadoras y disruptivas. Esto significa, por ejemplo, no pretender imponer una única alternativa (huir, derrotar o domesticar el sistema), sino integrarlas y complementarlas de manera estratégica. Este enfoque implica gestionar miradas y creencias diversas, a veces contrapuestas, lo que representa un auténtico desafío para los nuevos liderazgos sociales. Aprovechar los momentos de crisis y fractura del actual modelo, capitalista neoliberal y nacional populista, es esencial para impulsar cambios concretos y esperanzadores.
Necesitamos leer la realidad actual con nuevos paradigmas, los paradigmas para el cambio. Es necesario, por ejemplo, superar el concepto de la política reducida a lo electoral (y a la corrupción), y comprometernos con la formación política ciudadana que promueva propuestas concretas y viables para transformar, en forma constructiva, la realidad social. De seguir como veníamos lo que nos esperaba era un futuro marcado por el autoritarismo y el temor, y por el conservadurismo de derecha, y de extrema derecha, que ha normalizado las prácticas de exclusión, expoliación, explotación y las prácticas de degradación de la dignidad humana y de la vida. Ser alternativo en Colombia es, entonces, un reto que incluye potenciar la diversidad, el compromiso y la responsabilidad de ser, de verdad, líderes gestores de realidades colectivas.