Ese día, entre tantos podcasts que oigo, me quedó sonando (me identifiqué con muchos dilemas que también tengo) el tema del podcast de Alejandro Gaviria y el escritor Ricardo Silva sobre hasta qué punto los escritores deberían hacerse autopromoción. Si modesto significa carente de vanidad, ¿mostrar lo que hacen es vanidoso? Y si lo vano es hueco, vacío, arrogante, presuntuoso, ¿deberían actuar con pudor o reserva?
¿Será malo que los escritores se muestren como quienes desde otros oficios venden lo que hacen en las redes sociales o deberían dejar que sus escritos hablen por sí solos?
Como dice Ricardo Silva, quizá muchos de nosotros no hacemos las paces del todo con esto por haber sido formados en un sistema educativo pudoroso en el que se nos ha dicho que uno no se puede dar su propia importancia, sino que los demás se la deben dar a uno. Que hay que ser cauteloso y sentir pudor por mostrarse mucho o poquito.
Lo anterior, sumado a que desde la intelectualidad se niega lo mundano: la venta, la promoción, lo comercial, la televenta, el lenguaje “marketero”, como ellos mismos lo llaman. Todo eso es light. Acercarse a eso llegaría a tal punto que pondría en juego la valía de ese escritor.
¿Y si tratamos al libro como una mercancía y dejamos de idealizarlo? ¿Y si mostramos y si vendemos? Sí, republiquemos en las redes para que más personas lean, destaquemos apartes, invitemos personalmente -en video y todo- a la lectura o a la compra. Tratemos al libro, además, como lo que es: autoayuda, terapia, y un servicio público.
Y como el buen escritor se supone que es buen ser humano, si se promociona seguro que ya lo hace pensando en que no es la única persona que cuenta en el mundo. Lo haría desde un lugar auténtico, genuino, humilde, ético y respetuoso. Por estar orgulloso de haber escrito ese texto y porque sabe que lo que escribió merece ser leído por otros.
Por fortuna o no, muchos de estos periodistas y escritores de los que hablo, seguro tendrán esos días de valentía y terror. Como lo dijo en el podcast Alejandro Gaviria, días en los que trinan o publican con más arrojo, superando el miedo, siendo totalmente vulnerables. Y seguramente, tendrán otros momentos en los que les entra ese miedo y no se sienten capaces de exponerse ni de ser vulnerables. Y menos en este mundo de redes sociales e insultos que es tan implacable. Como dice, en el libro que por estos días leo, Annie Ernaux en Pura Pasión “…miro las páginas escritas con asombro y una especie de vergüenza, que jamás experimente mientras vivía mi pasión (…) Los juicios, los valores “normales” del mundo se van aproximando ante la perspectiva de una publicación”.
Como lo dijo una vez nuestro gran genio colombiano: “No se preocupe: tenga miedo”, así tituló Gabriel García Márquez una columna que escribió en 1983 sobre los miedos profesionales, en donde contaba que uno de los grandes miedos de Oriana Fallaci no los sintió en la guerra ni en ninguno de los instantes de riesgo que afrontó en la práctica de su oficio. “No; el miedo mayor lo ha sentido al hacer una de sus grandes entrevistas, y no por cierto las más ruidosas”. El miedo profesional en palabras de Gabo es el que padece toda persona responsable en el momento en que afronta la realidad de su profesión: “Todo profesional serio – lo confiese o no- tiene casi el deber de sentir miedo en el momento de las grandes responsabilidades del oficio”. ¿Y cómo habrían respondido sobre el miedo profesional estos dos genios en este mundo de hoy de redes sociales? Como dijo Ricardo Silva: lo escrito siempre tendrá la altura, la grandeza, la valoración y el respeto de quien lee.