Entrar ese día a la sala de cine a ver la película de Pepe Cáceres, claramente, no era como haber asistido a una corrida de toros. Por estos tiempos, los delirios de la “corrección política” sí que se le meten al rancho a los libros, las películas, la moda, las pinturas, al arte en general.
La película de Pepe Cáceres cuenta su vida desde que nació en Honda en 1935 hasta su muerte en 1987 a los 52 años. Es un relato de los años sesenta, setenta y ochentas en el que la tauromaquia, para la mayoría, estaba dentro de la corrección política de la época y en la que los toreros eran rockstars que movían masas y hacían que las corridas fueran grandes fiestas y las plazas vivieran repletas. Un relato que es también la historia de Colombia, la de nuestros abuelos que asistieron felices a las corridas, la de nuestros papás, y la de cada uno de nosotros. Pero -sobretodo- es un homenaje: es la historia que cuenta un hijo sobre su padre; Y no la de un papá común y corriente, sino la del primer gran torero colombiano.
Sebastián Eslava, el hijo de Pepe Cáceres tenía dos años cuando un toro mató a su papá. Creció y se formó como actor y director de cine con esta historia a sus espaldas que cargó durante años como su sombra hasta que la pudo contar y soltar haciendo esta película. Entonces, Sebastián no solo es el hijo de Pepe Cáceres; él encarna, como actor, al mismísimo Pepe Cáceres y es no solo el investigador, el escritor sino el codirector de esta película, que tardó varios años en hacerse.
Linchar, muy propio de estos tiempos, esta película es como dijo Juan Esteban Constaín en una de sus más recientes columnas (refiriéndose al caso de Roald Dahl): “Pero en el fondo se trata, obvio, de un hábito perverso y mezquino, encaminado a controlar, por lo general en vano, lo más libre que pueda haber que es el pensamiento, el arte en todas sus formas, la sensibilidad y hasta los sueños (…)” “En nombre de la pureza y de la castidad, habría que reescribir toda la literatura universal según los valores de la corrección política”. “Quizás no haya habido una época más pródiga en censuras y expurgaciones que la nuestra. Ahora es la sociedad entera, con su tea en la mano, la fuente de esa brutal expiación”.
Esta película de Pepe Cáceres, que ofende a muchos, es una bellísima puesta en escena que aprovecha muy bien la estética taurina. Que emociona y vuelve memorables las escenas, de archivo histórico en las que se ve al propio Pepe Cáceres toreando en las distintas plazas de toros de España, de Colombia; las de la abuela que parecen como cuadros de Rembrandt y las de Sebastián toreando -hasta para quienes nos tapamos los ojos si le llegan a tocar un pelo al toro-y coqueteando con la cantante española.
Con esa idea de que ahora todo es inapropiado, incorrecto, ofensivo y que el arte no debe valorarse como lo que es, habría que cancelar miles de obras de teatro, películas, libros, autores que narran un pasado con las expresiones y prejuicios de su época como dice Juan Esteban.
Con esa mirada, la hoguera para la pasarela de Schiaparelli de la última semana de la moda de París en la que el director creativo Daniel Roseberry utilizó vestidos con cabezas de animales (no reales), tejidos con sedas y espumas para representar La divina comedia de Dante “por su apología a la caza de animales”. A la hoguera, que es lo mismo que la reescritura, al fin de cuentas, los libros de Roahl Dahl.
Y para muchos antitaurinos tan ofendidos, al fuego los cuadros sobre corridas de toros de Picasso, los escritos taurinos de Antonio Caballero, el video de Madona de Take a Bow. Y, obvio, a la hoguera la película de Pepe Cáceres “por su apología a la tauromaquia”, que además durante su rodaje no maltrató a ningún animal.
El arte entre las llamas en medio de un ambiente hipersensible que no solo juzga sino que quiere meterse a reescribir el pasado, en el que la “corrección política”, palabra recliché, por cierto, llega a los más extremos delirios.