En el siglo 19, en Inglaterra, los mineros solían llevar a las minas de carbón canarios en sus jaulas, pues estos son particularmente sensibles a gases tóxicos (inodoros e insípidos). Si un canario empezaba a mostrar signos de envenenamiento, como dificultad para respirar o letargo, era una clara señal de que la concentración de estos gases era peligrosamente alta, por lo que los mineros debían escapar de la mina. Desde entonces, esta expresión se utiliza como una señal de peligro.
Pues bien, recientemente la Asociación Colombiana del Petróleo y Gas (ACP), en su informe “Combustibles líquidos en Colombia: evolución 2023 y perspectivas 2024-2033” sorprendió con un dato desalentador, a mi parecer, según el cual el consumo de combustibles en Colombia habría incrementado apenas un 0,3% en 2023 respecto al 2022. Y esta cifra en particular, cual canario en la mina, se constituyó en un acertado presagio del subsiguiente anuncio del DANE sobre el exiguo resultado de la economía colombiana: un crecimiento del 0,6% en 2023. Pero al entrar en detalle, el panorama arroja cifras aún más preocupantes, pues de no haber sido por el diésel (que incrementó en un 3%) y el Jet (+2%), el panorama sería peor, ya que el consumo de gasolina corriente se contrajo un 2,5% en el año 2023, algo así como 4 mil barriles de combustible al día.
Valga decir que el incremento del consumo de diésel estuvo jalonado por la mayor demanda de transporte terrestre de carga, pero, sobre todo, por el uso de las plantas de energía térmica en respuesta al Fenómeno de El Niño, que mermó la capacidad de operación de las hidroeléctricas. Un diésel que, entre otras, sigue subsidiado en más de $7.000 por galón. ¿Se atreverán a subir su precio este año, como lo habían anunciado?
Y es que a la mala hora de la desaceleración de la economía colombiana se sumó el estrepitoso incremento del precio de la gasolina corriente, que entre octubre de 2022 y septiembre de 2023 aumentó 48%, hecho sobre el cual pueden decirse dos cosas: de una parte, que se trató de una medida responsable que contribuyó a reducir el abultado déficit del Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles (FPEC). Pero de otra parte, también hay que decir de manera vehemente, que el incremento fue mal calibrado por los técnicos, a quienes se les fue la mano con la cantidad y tamaño de los aumentos, pues se dieron en un periodo de debilidad en el gasto de los hogares y de inversión de las empresas y, aún peor, de inflación aún muy por encima de la meta del Banco de la República.
A lo anterior cabe preguntar, con el mismo “rasero”, ¿por qué no se ha ajustado a la baja, si desde noviembre pasado el precio en Colombia por cada galón de gasolina corriente está por encima de lo que dictaría la negociación en mercados internacionales del barril de petróleo (precio paridad de importación, que llaman los técnicos)? ¡En fin! Lo cierto es que el panorama del consumo de combustibles en Colombia resulta desalentador; y lo que es aún más preocupante es que se da en medio del gigantesco recorte a la inversión en exploración y explotación de petróleo por parte de Ecopetrol, producto de la decisión gubernamental de “no firmar nuevos contratos para buscar hidrocarburos”. Ojalá que este gravísimo hecho no se convierta en otra señal de peligro, o “canario en la mina” para la economía colombiana, pues el sector de los combustibles representará alrededor de $9 billones en impuestos y $3.3 billones en inversión en 2024, y sustentará casi 300 mil empleos para el país.