“Cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría”. Este dicho popular se comprobó nuevamente la semana pasada por cuenta de la fuerte caída del precio de las acciones en las principales bolsas de valores de Asia, Europa y América. Pero esta vez, curiosamente, el estornudo inicial no se produjo en EE.UU. sino en Japón, a raíz de una decisión de las autoridades económicas niponas de subir la tasa de interés.
¡Pues bien! Hace más de dos décadas, Japón, la tercera economía del mundo, ha aplicado lo que en economía conocemos como una “política monetaria laxa”, que en términos sencillos, propios de una conversación informal, significa que ha mantenido tasas de interés muy bajas, incluso en cero y muchas veces negativas.
Sí, así como suena, ‘tasas de interés negativas’, según las cuales o “hay que pagarle al banco” para que nos guarde la “platica”, o los prestatarios pueden recibir dinero adicional por tomar un préstamo, en lugar de pagar intereses. Una receta “sencilla” que muchos países han aplicado alguna vez en su historia reciente para fomentar el consumo y la inversión y estimular sus economías.
Pero como toda fiesta se acaba, las autoridades monetarias japonesas entendieron que era hora de “patrasiarse” e incrementaron la tasa de interés, lo que hizo saltar a la palestra a los “operadores financieros”, aquellos que toman préstamos en países en los que la tasa de interés es baja o cero (como en Japón) para colocar ese dinero en países donde la tasa es alta o donde el mercado accionario esté al alza.
A estos operadores se les complicó el negocio, pues se vieron obligados a recoger el dinero, vender acciones y liquidar inversiones para atender con ello el pago de los préstamos baratos que habían tomado en Japón, epicentro de la debacle, donde ese día se registró una caída del 12% en el valor de las acciones de las empresas japonesas, la peor desde que se tiene registro.
Y a raíz del estornudo japonés, se vino un segundo estornudo, esta vez en EE.UU., la primera economía del planeta, que ocasionó la caída del 3% en su bolsa de valores, la más grande de los últimos dos años. Y para colmo de males, el resfriado se acentuó con las bajas cifras de creación de nuevos empleos allá, por debajo de las expectativas, lo que fue interpretado como síntoma inequívoco de una probable recesión económica en suelo estadounidense.
Y como vivimos en un mundo globalizado, Colombia, por supuesto, también se resfrió. La semana pasada se registró un incremento inesperado en el precio del dólar, así como una baja en el precio de las acciones (por fortuna, dólar y acciones ya corrigieron tendencia). Todo lo cual, aunado al favorable resultado de inflación en el mes de julio (6,86%, por debajo de las expectativas del mercado) cae como anillo al dedo al pedido que en Manizales hizo el ministro de Hacienda al Banco de la República para que baje la tasa de interés en 75 puntos básicos (0,75%) en su próxima junta. Ojalá así sea.