Cualquier predicción se queda corta cuando observamos los últimos años con sus avatares, que consignan desde la desolación física y emocional de una pandemia, pasando por la ebullición de un sentir nacional de inconformismo y una convulsión mundial que fluctúa entre una guerra y una polarización que mantiene a la humanidad a la defensiva.
Hasta ahí todo parecía difícil, pero aún nos faltaba el despertar estremecedor de un compañero de geografía y de vida. La aceleración de la actividad del Volcán Nevado del Ruiz el 29 de marzo, que se evidenció con el reporte de 11.600 sismos, hizo que este pasara de ser inspiración para fotógrafos de todo rango, a un vecino hiperactivo que nos mostraba un solo camino: planear, prevenir y convivir en medio del riesgo.
Y es que todavía está viva en la memoria de muchos y en las historias de tantos lo ocurrido en 1985, cuando en el lodo quedó enterrada la vida de cerca de 25 mil personas por la erupción del Cumanday, como lo nombraron hace cientos de años los indígenas.
Sin embargo, en 38 años también hemos experimentado transformaciones en lo tecnológico y en la cultura de la atención del riesgo. Ahora contamos con un talento humano que conjuga experiencia y juventud; que recoge los aprendizajes de quienes vivieron la tragedia del 85 y la destreza de los que van en avanzada científica. Desde ahí comienza una articulación generacional que nos invita a mantenernos unidos en medio de la crisis.
Pero, volviendo a ese amigo cercano y alucinante que nos muestra en los despejados amaneceres su fumarola imponente, es momento de fijar unas líneas que nos permitan explorar cómo vivir al pie de un volcán y no frustrarnos cada determinado tiempo en el intento de entenderlo.
El tema no es menor, pues en esta nueva actividad naranja, volvimos a encontrarnos con el colapso de la economía a cuenta de los perímetros de protección de la vida y nos topamos de frente con el estigma de los que sienten natural miedo por los posibles alcances de ese león dormido.
La clave para poder avanzar en esta incertidumbre ha sido precisamente la creación de un frente común, en el que empresarios, congresistas, líderes productivos, autoridades civiles, 1.819 efectivos entre policías y militares, los héroes de todos los días representados en 1.029 personas de los organismos de socorro, los Alcaldes y 86 funcionarios de prevención del riesgo nacionales, departamentales y municipales involucrados, entendimos que, escuchando, estudiando y conociendo podemos -de a poco- no solo atender el problema del presente, sino buscar alternativas a futuro.
La integración de esfuerzos y voluntades ha generado un eco que nos invita a diversificar el turismo, a establecer protocolos e infraestructuras en esa montaña que no solo es paisaje, sino también fuente de economía, una economía que tenemos que proteger y escuchar en una ruralidad inmensa que no puede quedarse en el aislamiento y menos en la idea de un irremediable peligro.
Es una exigencia que entendemos y asumimos; que debemos construir con el concurso de la Nación -que como nunca defiende la profundidad de las regiones- pero que requiere de la unión que nos mantiene de pie.
Esta es una batalla más que libramos juntos, por eso las palabras de gratitud también a los ciudadanos por la paciencia y la resiliencia. Hoy Caldas sigue demostrando que está lleno de personas que, ante las dificultades, dejan de lado cualquier diferencia política y suman en una ecuación en la que el resultado es un departamento más sensato, responsable y maduro ante la adversidad.