En el inglés, hay una palabra ordinaria para referirse a un estado de tristeza o pesadez del alma: “blue”. Lo que traducimos como el color azul, también es una forma de referirse a un estado gris y melancólico que agobia al espíritu.
Según la ‘ciencia’ popular -no sé si sea correcto decirlo así-, el tercer lunes del año, es decir, hoy, es el día más triste del calendario. Es el famoso ‘Blue Monday’ (que no tiene nada que ver con la canción de New Order y que vale siempre la pena escuchar).
Hoy muchas personas se dan cuenta que todo va cuesta arriba, que la efervescencia de las fiestas ya se diluyó y que, en muchos casos, la vida se sustenta por las deudas por pagar, los compromisos por cumplir y las metas por alcanzar dentro de una estrecha o amplia ventana de 366 días.
Llegó el 2024 hace tres lunes y ya tenemos una exigencia aprendida por alcanzar metas e ideales. El lío en muchos casos es que esas resoluciones son adaptaciones de rituales ajenos vendidos por el mercadeo y una nueva economía alrededor de esa necesidad impuesta por crear determinaciones y hasta pronósticos existenciales.
Por eso vemos pregoneros que dicen que el futuro se decreta, se manifiesta o se visualiza. No creo que haya tales, o al menos, que solo de pensamientos y supersticiones se elabore el futuro más anhelado. Hay toda una retórica y excesivo marketing diciéndonos lo que hay que trabajar, por más ajeno que sea.
Con este lunes ‘blue’ comienza a tambalear la firmeza de muchas de las resoluciones propuestas dos semanas atrás. O, por lo contrario, empiezan a tomar forma muchas de ellas, que van desde el cuidado del cuerpo, hasta el cambio de la forma en pensamiento. Hay de todo un poco, aunque curiosamente se necesitó de una largada dictada por el calendario para hacerlo como si no hubiera podido suceder el 9 de mayo o el 15 de agosto, por citar casos aleatorios.
La vida es un continuo ininterrumpido, y la noción de que la renovación debe ocurrir específicamente en el cambio de año puede ser una simplificación excesiva. Somos nosotros quienes cortamos la vida de año en año y, por eso, a veces somos víctimas de nuestro propio invento.
Otro problema que toma brillo este lunes azul es entender que el problema está en las metas no realistas. Muchos se proponen resoluciones que no son verdaderamente auténticas para sí mismos. Estas metas pueden estar influenciadas por expectativas sociales, presiones externas o ideales no genuinos. Esa falta de autenticidad en las resoluciones puede llevar a una falta de compromiso y motivación para seguirlas.
Hasta qué punto permitimos que lo que hacen los demás influya en nosotros, en lo que queremos, en lo que significa la noción de éxito y prosperidad, al paso a paso, al ritmo propio.
Es necesario parar el ruido exterior y entender qué podemos cumplir y cuál es nuestro camino, en lugar del curso que nos dicen que debemos pasar. Puede ser que el camino propio no se reduzca a hacer una dieta, comenzar el gimnasio, aprender otro idioma o basarse en quimeras imposibles de vaticinar como encontrar el amor afectivo para siempre.
De igual manera, no tener resoluciones es igual de válido. Nadie debe verse obligado a cambiar su vida solo porque el calendario comienza o porque los demás lo hacen. Es cuestión de valor propio y de autoconfianza.
Vale la pena preguntarse: ¿Y esto cómo contribuye al autocuidado? Pensemos esas resoluciones, si las hay, para evitarnos unas frustraciones desalentadoras más adelante. Debemos conocer nuestros propios límites, pues no podemos vivir de acuerdo con las expectativas sociales.
A menudo las resoluciones de Año Nuevo fallan porque recaen en un libre albedrío y capacidad para tomar decisiones que incurre exclusivamente en un futuro incierto o poco moldeable; en cosas que no están en nuestro poder de cambio.
Así, el conflicto entre la libertad individual y las limitaciones del entorno puede explicar por qué las metas se pueden quedar cortas. Y, si las metas no son propias ni tienen convencimiento, ¿con qué gusto puedo llevarlas por la enorme distancia temporal de un año? Una respuesta es que la carencia de autenticidad en las resoluciones puede llevar a una falta de compromiso y motivación para seguirlas.
No hay que esperar al próximo año nuevo. Más importante es ser conscientes de la propia realidad y reconocer honestamente el momento de los inicios -y de los finales, también- y, eso puede ser cualquier día, un miércoles o domingo, y con cualquier otro color.
Como me dijo el filósofo Alejandro Brand: la autenticidad no es otra cosa que el ejercicio de la libertad.