A un consulado colombiano de una capital renombrada del mundo llegan a diario llamadas, mensajes instantáneos y correos electrónicos de connacionales agobiados. Hay un común denominador dentro de todas estas comunicaciones: vivir en el exterior no fue como se los vendieron.
En nuestra narrativa nacional existe una voz de corrillo que sugiere que todo quien se va al exterior lo hace para buscar una vida ‘más acomodada’. En otras palabras, para hacer más dinero, cambiar por completo su estilo de vida, huir de los problemas inmediatos, poder enviar remesas a casa y, si es el caso, mejorarles a los más cercanos a la mente y el corazón su nivel de calidad de vida.
La tendencia, por ahora, es que las llamadas desesperadas a estos consulados no bajen en el futuro cercano: El 2022 fue el año que rompió los récords con cerca de 547,000 colombianos que salieron del país con intenciones probables de no regresar. Fue el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos, CERAC, el que comenzó a notar este patrón estadístico.
El diario español El País lo referenció en un artículo publicado el 18 de febrero de este año, en el que explican que la salida de colombianos fue 2,7 veces el promedio que emigraron cada año desde 2012, de unos 200.000 colombianos por año. En otras palabras, dice el diario, 1 de cada 100 colombianos se fue del país en un año.
Después de la contracción en los viajes que se dio por el cierre de fronteras aéreas producto de la pandemia de covid-19, el crecimiento en la tasa de emigración de colombianos ha sido casi que exponencial.
Es más, hace pocas semanas se conoció la encuesta realizada por CID Gallup en la cual examinaba las posibilidades de emigración de los colombianos que tuvieran recursos suficientes para viajar a otro país y establecerse. Según arrojó la medición, el 49% de los encuestados dijo estar dispuesto a salir del país y radicarse en otro si tuviera los recursos suficientes.
¿Pero conocen las personas que salen del país lo que van a encontrarse una vez deben renunciar a sus vidas para comenzar una nueva?
Quienes hemos tenido la oportunidad de radicarnos en el extranjero podemos reconocer que esta no es una decisión que se deba tomar embriagados por promesas e ilusiones de lo que creemos que puede ser. En muchos casos, los migrantes se establecen en otro país sin siquiera saber la lengua nativa y tratando de vivir con el mínimo conocimiento de las cosas.
Lo cierto es que la lejanía, la falta de familiaridad y lo extraordinario de las culturas foráneas terminan por arrollar cualquier ilusión. De allí que germine la semilla que sustenta, por lo contrario, la narrativa romántica nacional de que el migrante todo lo encuentra fácil y que repara su vida con acentuada facilidad al tener más dinero y otras rutinas, que viaja y obtiene todo lo que le fue negado antes.
El lado que no se cuenta es que extrañar las costumbres y los seres más queridos se convierte en un hábito que requiere de un esfuerzo y convencimiento mayúsculos para que el viaje no termine por ser un sendero infernal. De la misma manera, establecer relaciones interpersonales en otras sociedades quizás más cerradas que la nuestra se torna en una constante lucha por querer ser entendido.
Hay otros aspectos que pueden incomodar desde lo minúsculo hasta el tormento, tales como el clima, la comida, la falta de comprensión del idioma, así como la mayor complejidad sobre todas: entender que la idea de la migración no es como la venden.
Y no con esta columna pretendo crucificar la sola idea de salir del país. Por lo contrario, considero que esta es una oportunidad extremadamente valiosa para poder reconocer el valor propio en culturas externas. Además, como reza el adagio popular, “nadie es profeta en su tierra” y existen numerosos casos donde el máximo potencial se alcanza en otras latitudes.
Como migrante en dos ocasiones puedo dar fe de que la construcción emocional y profesional que se logra en el extranjero es un activo imprescindible cuando se adquiere de manera constante y disciplinada. Sin embargo, de otro lado, están quienes se lanzaron de cabeza a salir del país, temiendo haber saturado su potencial en su tierra natal para buscar oportunidades en territorios desconocidos dada nuestra situación política, social y económica, el desempleo y lo despreciable de nuestra moneda ante otras divisas.
No obstante, en la mayoría de los casos, muchos de ellos encuentran ese sustento que les permite sobrellevar todo con cierta dinámica y flexibilidad. Están también quienes renuncian a su vocación para hacer algo completamente distinto y desconocido, pero mejor pagado. Quizás ese reconocimiento financiero es lo que les lleva a trabajar a diario y mantenerse firme en su meta.
Cierto es que muchas historias de migrantes siguen siendo de dolor y tristezas, mientras que otras son de superación y concreción, como todo en la vida. Es del mito del migrante.