Cerca de 20 mil personas tuvieron que evacuar la isla griega de Rodas hace un poco más de 10 días. Las temperaturas extremas de calor en el mar Mediterráneo han creado durante este verano boreal el escenario ideal para el desarrollo de medio millar de incendios forestales en el archipiélago de Dodecaneso que lo han hecho inhabitable.
Al igual que en Grecia, en Sicilia, al sur de Italia, la situación no es muy diferente. Por redes sociales se conocieron videos de conductores pasando por una vía que tenía incendios a lado y lado. Partes del Parque Arqueológico de Segesta quedaron reducidas a cenizas y ripios ante una imagen que podría tratarse de una película apocalíptica de ciencia ficción. Por aquellos días, al norte de Italia, específicamente en Milán, se vio pasar un tornado. Sí, un tornado.
En La Chaux-de-Fonds (Suiza) tuvieron algo similar. Una tormenta produjo ráfagas de viento de hasta 210 kilómetros por hora, lo que podría clasificarse como un tornado de categoría EF2 o un huracán categoría 4 que dejó destrozos por doquier. Al otro lado del Atlántico sufrían por las condiciones excesivamente calurosas de un domo de calor sobre zonas sureñas de Estados Unidos y lo fatigante que es vivir -o procurar existir- bajo estas condiciones.
En los océanos, el patrón de sinergia de la vida marina puede estar en riesgo por el calentamiento de las aguas, sobre todo, en el Atlántico Norte, como lo revela una investigación de Peter y Susanne Ditlevsen y publicada en la revista Nature. En esta se detalla que las corrientes oceánicas del Atlántico, que son reguladores principales del clima para gran parte del planeta, pueden variar de manera decisiva por su constante debilitamiento hasta su colapso probablemente el próximo siglo.
Hoy, la humanidad está entrando en un territorio inexplorado y me atrevo a decir que el 2023 es un año que marca un antes y después en nuestro entendimiento del clima, con consecuencias aún por experimentar para luego entender, sin saber el costo real que tengamos a futuro que pagar.
Y no hay que ir muy lejos para comprender cómo se están transformando nuestros patrones climáticos. En Manizales, entre el 8 y 25 de julio cayeron solo 4,8 milímetros lineales de lluvia, según registros del SIMAC. De esos, por siete días consecutivos (julio 19 a 25) la cifra fue 0.0. Estos números son excesivamente bajos si se tienen en cuenta las variables meteorológicas que gobiernan la ciudad, además del impacto futuro que esto pueda tener en labores agrícolas, por solo citar un ejemplo.
También, se abre la puerta para lluvias más intensas producto de procesos convectivos que terminen por causar avenidas torrenciales o desprendimientos de tierra por la enorme cantidad de lluvia que puede precipitarse en pocas horas, tal como sucedió en abril del 2017, en una tragedia que acabó con la vida de 17 personas. Y hay que hablar de la pérdida de biodiversidad o los cambios en patrones naturales preestablecidos.
El Fenómeno de El Niño (ENSO) está apenas en sus fases iniciales, lo que se ha combinado con esta temporada seca en Colombia. Habrá que naturalizar un seco segundo semestre de este año que puede causar estragos de diferente índole, entre esos, posibles golpes al sistema energético interconectado, la producción de alimentos y otros efectos dominó sobre la economía y la sociedad en general.
Pero lo más preocupante de todo, más allá del ya incorregible rumbo que parecemos tener como humanidad, es que hay millones que aún viven en estado de negación por lo que está ocurriendo en diferentes partes del mundo por condiciones extremas o nunca vistas frente a fenómenos climáticos.
En Europa he leído decenas de comentarios de personas diciendo que las tormentas y el calor son normales porque “es verano” y así se comporta el clima durante esta época del año. Otros culpan la forma en la que se mide la temperatura promedio del aire, aduciendo que un cambio en la forma de medición ahora hace todos los números más escandalosos. Hay muchos pretextos de más que no vale la pena tener aquí.
Por lo pronto, por dramáticos y difíciles que se vean los cambios, poco o nada se ha hecho de manera estructural. Tampoco parece que haya una mejoría a futuro, puesto que medición a medición las cosas no parecen mejorar. ¿Y hasta dónde va nuestra negación?
Podríamos decir que vamos en el punto de ignorarlo porque sucede lejos, sea en Grecia, Italia, Estados Unidos, India o cualquier otro lugar, principalmente, porque no le pasa a usted, porque no me afecta o porque, simplemente, el cambio climático es una supuesta bandera política de algunos.
Lo que indican las mediciones y la realidad es que el planeta no será un mejor lugar mañana ni el próximo año, pues lo hemos pospuesto de nuestras prioridades por estar en negación para verlo como algo que nos ocupará plenamente mañana o el próximo año, aunque sepamos que todo esto pondrá en riesgo nuestra subsistencia mañana o el próximo año.