Los extremos, el maximalismo, las intransigencias, son los peores enemigos de la construcción social colaborativa del tejido social para componer acuerdos sociales. A nuestro país bien valdría la pena analizar la experiencia vivida en Chile recientemente con motivo de su proceso de reforma constitucional.
Los chilenos en una gran mayoría decidieron hacer el cambio de su constitución que les había legado la antigua dictadura de Pinochet. Con mucha pasión, sufrimiento, ciclos no cerrados debidamente en la historia chilena, se dieron a la tarea que llevó a la frustración. Seguramente embriagados e impulsados por una movilización social de calles con barricadas, incendios etc, que se oyó en Latinoamérica como un gran grito chileno en búsqueda de cerrar el capítulo de la dictadura, los primeros constituyentes se embriagaron de cambio. Cuando el grupo de elegidos finalizó su trabajo, que estuvo desafortunadamente marcado por un sentimiento de revanchismo frente a la antigua Carta política, terminó en una dura y clara respuesta en las urnas. Los maximalismos de muchos de ellos terminaron convirtiéndose en un verdadero agujero negro que los llevó a la redacción de una carta que cambiaba de la noche a la mañana muchas de las reglas del juego en la sociedad. Por ello, en las urnas más del 60% de los chilenos votó por el “no” a la propuesta de reforma. No acogieron el trabajo de esa constituyente. Ahora en la nueva con recomposición de este ejercicio fueron a las urnas el domingo pasado y el péndulo se va para el otro extremo: Ganaron los de la derecha con una mayoría casi aplastante. Vamos a ver si en esta oportunidad los chilenos comprenden que una constitución es un acuerdo social, un pacto en el que todos y todas que tiene un denominador común su ciudadanía compartida. En una constitución todos los habitantes del país se deben sentir reconocidos e incluidos. Así, no sólo los mayoritarios, sino todos los constituyentes deben comenzar a tejer esa nueva constitución.
Volviendo al caso colombiano, ahora que estamos viviendo las tensiones propias de los cambios de reglas por las reformas que el Gobierno desea implementar en el país, bien valdría la pena que todos tuviéramos un horizonte efectivo existencial y profundamente jugado por una dinámica de construcción de acuerdos. Hasta ahora las reformas que se han planteado tanto nivel laboral, pensional y de salud han estado marcadas, sobre todo en las dos últimas, por una inflexibilidad que ha llevado a rupturas en la sociedad. Actores sociales y económicos de mucha importancia se sienten arrinconados y aún excluidos en la redacción final de los textos de las reformas.
El llamado democrático y ciudadano es a tejer como lo hace la telaraña con paciencia y de manera sistemática. Una telaraña donde todos podamos arroparnos y sentirnos incluidos. Más vale dosificar las reformas que generar fracturas. Creemos que muchas de las propuestas tienen importantes elementos que contribuirán al bienestar general, si vamos dosificando con cierta flexibilidad, pero movilizándonos en dirección correcta, puede ser el mejor camino. Del afán solo queda el cansancio y de pronto una polarización más nociva para nuestra sociedad. Aprendamos del espejo chileno.