Seguramente esta semana encendimos una velita, o acompañamos a los niños a hacerlo. Celebramos el día de las velitas, el 8 de diciembre, conmemorativo de la Inmaculada Concepción. Esta celebración se remonta a la institución de este dogma por parte del papa Pío IX en 1858. Y más allá de las 18 apariciones de la Virgen de la Concepción a santa Bernardita Soubirous en Lourdes, esta celebración nos llama a reflexionar sobre nuestra luz interior, si se quiere, lo que en el fondo de nuestro ser nos impulsa a ser nosotros mismos, lo que algunos llaman el Ser Esencial de cada uno.
Prender unas velitas en familia ha sido una tradición muy aferrada en nuestra religiosidad, y una costumbre que nos une y nos invita a darle la bienvenida formal al mes de diciembre que tanto acento familiar posee. Es una gran oportunidad para convocar, para encontrarnos, para reforzar, para reconocernos y restablecer lazos familiares. Igualmente, un momento en que como familia podamos colocar en el centro de nuestras oraciones las necesidades y proyectos significativos y ponernos en las manos de Dios a través de la Virgen. Es la ocasión para que la vida entera entre en las prácticas religiosas que están tan arraigadas entre nosotros. Lo mismo ocurrirá luego con la novena de aguinaldo con sus villancicos consabidos.
En paralelo, con esa velita exterior, esa de cera que alumbra y se agota con el paso del tiempo, podemos también dejar un poco de tiempo para la introspección, para preguntarnos a nosotros mismos cómo estamos interiormente. Una expedición que no es fácil en nuestro tiempo, hay tantas distracciones y entretenimientos que nos tienen amarrados y hasta blindados. Otro obstáculo es más personal y son nuestros miedos y fijaciones, que inmovilizan nuestro actual estado del yo. Por ello, la invitación es a hacer el esfuerzo de darse la ocasión de viajar a su interior, que implica concentrarse en uno mismo, dejar el ruido exterior, y soltar las amarras de los miedos y las barricadas de nuestros mecanismos de defensa. En ese proceso de viaje interior, podremos ver cómo hemos estado respondiendo a la historia que nos ha correspondido vivir, con las personas que nos ha puesto la vida enfrente, con los retos y proyectos que han estado entre nuestras manos.
La velita exterior, puede ser un símbolo bien bonito de un proceso interior de reflexión y, si se quiere, de examen de lo que ha sido nuestra existencia en este año que comienza a terminar. Los ciclos nos permiten hacer evaluaciones, hacer balances y sacar conclusiones. Conclusiones que pueden ayudarnos en ese camino de lograr mayor autenticidad a nuestros principios y valores, que nuestras vidas estén muchísimo más inspiradas y desplegadas acorde con esas profundas creencias de cada uno. Los afanes, las carreras, las urgencias, los pantallazos nos ponen en automático, en modo de respuestas rápidas y no muy pensadas. Pues bien, en esos automáticos comienzan a operar nuestros prejuicios, heridas y limitaciones, por ello, es bueno parar. Darse un tiempo. Tomar un momento para ver el camino recorrido. Para que veamos los frutos que hemos recogido y podamos rectificar lo que haya lugar.
Luego de haber encendido la velita, dele una mirada a la que tiene en el fondo de su ser.