El ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, planteó ante el Foro Económico Mundial en Davos la urgencia de establecer un régimen tributario común a nivel internacional, como única vía para asegurar que los inversionistas paguen los impuestos que en justicia merece que cancelen.
Esta idea no es nueva, sino que de tiempo atrás se ha planteado como una necesidad para evitar que los países en vías de desarrollo terminen posponiendo los progresos del gasto social al apalancar algunas inversiones con facilidades tributarias.
Dos fines persigue esta idea de Ocampo, por una parte, la que fue más publicitada, es la de evitar una competencia desleal entre países en desarrollo que para ser más atractivos para la inversión extranjera generan unos esfuerzos tributarios especiales. Por ello, él plantea que haya mayor homogeneidad, para que la atracción se haga vía otros aspectos que no golpeen los ingresos tributarios y que conducen a niveles más bajos de gasto social. En definitiva, los más vulnerables terminan pagando los costos de la atracción de nueva inversión. Por ello, el ministro es claro en precisar que no se quiere abolir la competencia, sino que esta se haga en otros aspectos y no en el tributario, por los costos tan altos para los países en desarrollo. Paralelamente, a este propósito, se busca también una colaboración y transparencia de información entre los países para que permitan evitar las grandes elusiones y evasiones.
También hay un segundo objetivo de la tributación internacional que, si se quiere, es fundamental también: Es el de obligar a las multinacionales a pagar impuestos y evitar que escondan sus ingresos y utilidades en paraísos fiscales. Y esto sí que es en el fondo uno de los elementos claves para asegurar la redistribución de ingreso, especialmente con respecto a las grandes empresas que monopolizan buena parte de las utilidades del mercado. Es fundamental que no haya hoyos negros tributarios en el planeta, donde los grandes capitales escondan su responsabilidad tributaria y social con la humanidad.
Esta idea no es solamente del ministro Ocampo, no es un embeleco de un ministro fiscalista. Es una tesis que viene años atrás impulsada por diversos economistas. Por ejemplo, Thomas Piketty, economista francés, que desde su libro El Capital del Siglo XXI, planteó como manera para reducir la desigualdad, la necesidad de establecer impuestos globales y así poder financiar el ingreso mínimo, para asegurar de veras el derecho universal a la subsistencia. Igualmente, en su obra Ideología y Capital, en el que desarrolla una historia económica sobre la desigualdad y su justificación en distintos momentos, insiste en el establecimiento de un impuesto mundial y progresivo sobre el capital, regulando así eficazmente la concentración de capital. Así pues, en el fondo, esta reflexión tiene una fuerza ética muy grande. Se trata de generar los recursos necesarios para cerrar la inequidad en el planeta. Para asegurar a los más desfavorecidos el ejercicio efectivo de sus derechos fundamentales. En el fondo es una cuestión de dignidad humana. Por ello, es totalmente escandaloso que sea rechazada esta idea de Ocampo sencillamente porque es muy complicada ponerla en práctica en el contexto internacional. La dignidad humana está en juego, la vida de muchas personas, las oportunidades de muchas generaciones están allí comprometidas, el nivel de bienestar de muchas personas está implicado.
Muy importante que en foros internacionales el Gobierno tenga agenda para debatir y posicionar. Muchos de estos temas no son fáciles de colocar en medio de la discusión en escenarios como el Foro Económico Mundial. Pero la estrategia debe ayudar a consolidar una masa crítica de países se comience a hacerle eco positivo a la tributación internacional.