¿Qué pasa con esa idea colombiana de tratar la sal como fuente de desgracia?

Luis Felipe Molina R. – linktr.ee/LuisEfe

“Le echó la sal”, “es un bulto de sal”, “está salado”, “trajo la sal”. Tenemos una catedral, pero hace pocos días algunos intuían que era causa de infortunio. 

Colombia tiene un enemigo nacional: la sal. Fue más que notorio durante la semifinal y la final de la Copa América que recién terminó. En redes sociales quedó evidente que somos un país agüerista y lleno de creencias limitantes.

El credo de que la sal trae mala suerte tiene raíces profundas en varias culturas y tradiciones, y en Colombia, como en muchos otros países, estas creencias han sido transmitidas de generación en generación, como valores de introyección. 

Hay algo de contexto según el conocimiento vulgar: En la antigüedad, la sal era un recurso muy valioso, utilizado no solo para condimentar alimentos, sino también para conservarlos. Derramar sal podía significar un desperdicio costoso, lo que llevó a asociarlo con mala suerte o malos augurios.

En la tradición cristiana, se dice que Judas Iscariote derramó sal durante la Última Cena, lo que asoció el acto de derramar sal con la traición y la mala suerte. Esta conexión religiosa se extendió a muchas culturas cristianas, incluida la colombiana, donde el arraigo católico es alto.

La sal también se ha utilizado en supuestos rituales y prácticas de protección contra el mal. Derramarla accidentalmente podría considerarse como romper la protección o invitar a fuerzas negativas. En casa, incluso, nadie se puede pasar el salero de mano en mano, sino que debe ponerlo en la mesa para que otra persona lo pueda asir.

El filósofo David Hume argumentó que las creencias supersticiosas -como las que se han construido socialmente alrededor de la sal- a menudo surgen de la tendencia humana a buscar patrones y causalidades donde no las hay. 

Derramar sal y atribuirle un evento negativo es un ejemplo de una falsa causalidad: la mente humana conecta dos eventos sin una relación lógica. 

Sin embargo, al adoptar una perspectiva crítica y racional, podemos deshacer estos vínculos infundados y liberarnos de creencias limitantes, aunque para muchos no puede ser tan fácil, dado nuestro carácter a ver lo perjudicial sobre lo beneficioso.

Las creencias supersticiosas son un tipo de sesgo cognitivo (cuando nuestro cerebro distorsiona la información, influyendo en nuestras decisiones y juicios), específicamente un sesgo de confirmación, donde cada quien recuerda y destaca las veces que una superstición “se cumplió” y olvida las veces que no lo hizo (o minimiza la información que las contradice).

De allí que se mantenga esa tendencia a buscar, interpretar, favorecer y recordar información de manera que confirme nuestras creencias o hipótesis preexistentes, mientras damos menos consideración a alternativas o evidencias contradictorias.

Las personas que creen que derramar sal trae mala suerte tienden a recordar y destacar las ocasiones en las que derramaron sal y posteriormente tuvieron un evento negativo, mientras que olvidan o ignoran las muchas veces en que derramar sal no tuvo consecuencias negativas, es más, ni lo recuerdan porque no le dieron trascendencia. 
El sesgo de confirmación refuerza la creencia supersticiosa y dificulta que las personas reconsideren su validez.
Pensemos, por ejemplo, en la teoría del control ilusorio que se refiere a la tendencia humana a sobrestimar su capacidad para controlar eventos o resultados que en realidad están fuera de su control -como que un agüero de no lavar una camiseta defina el resultado de un partido de fútbol-. 

Esta ilusión puede llevar a las personas a creer que sus acciones tienen más influencia sobre los acontecimientos de lo que realmente tienen.

Este concepto teórico fue desarrollado por la psicóloga Ellen Langer en la década de 1970. En uno de sus estudios más famosos, Langer observó que las personas actuaban como si tuvieran control sobre un dado que lanzaban, incluso en situaciones donde el resultado era puramente aleatorio.

De allí que muchos crean que, si alguien derrama sal y luego ocurre algo negativo, pueden asociar estos eventos y creer que tienen una conexión causal, reforzando la idea de que tienen cierto control sobre la suerte mediante acciones específicas que están científicamente apartadas.

Podemos cuestionar la evidencia de esta creencia, buscar pruebas contrarias y desarrollar nuevas interpretaciones más racionales. Por ejemplo, en lugar de ver el derramamiento de sal como un presagio de mala suerte, podemos verlo simplemente como un accidente sin consecuencias significativas y arrebatarle cualquier “poder” que el temor le otorgue al reconocer que nada de esto está probado.

Desbancar la superstición de la sal no solo tiene implicaciones individuales, sino también culturales. Un enfoque más racional y crítico puede contribuir a una sociedad más empoderada, donde las decisiones y creencias se basan en la evidencia y la razón en lugar de en el miedo y la superstición.

También, porque promover la educación y el pensamiento crítico desde una edad temprana puede ayudar a erradicar estas creencias limitantes que han ido de generación en generación.
Fomentemos una cultura de escepticismo saludable y curiosidad intelectual para avanzar hacia una sociedad más racional y menos susceptible a las supersticiones y a culpar cosas que solo se hicieron para darle sabor a la vida, como la misma sal.
 

Luis Felipe Molina