Incluyo al nuestro.
Analizando las situaciones que vivió el Imperio Romano por los años 40 antes de Cristo, advierto coincidencias con las que vivimos hoy. Y también muchas diferencias.
Las coincidencias.
En la Roma de esos tiempos la corrupción era rampante y por consiguiente la justicia inoperante y venal. Desde los balcones y las calles, los demagogos incitaban a las turbas para presionar al senado y a los tribunales. Un tal Clodio, agitando seguidores, llegó a invadir el recinto del tribunal y desde allí sacó a las volandas a su presidente. En las elecciones, con total desvergüenza, inclusive el mismo día y en las calles, se compraban los votos; y para ajustar el empeño de desfigurar los comicios, de vez en cuando se asesinaba a uno que otro aspirante.
Y no pasaba nada.
Las carreteras estaban infestadas de bandidos. En Roma se recomendaba hacer testamento antes de salir de noche a la calle. Los gobernadores de las provincias, después de breve lapso regresaban opulentos, construían majestuosas villas y vivían espléndidamente con el producto del saqueo.
Y no pasaba nada.
Anarquía. El gobierno ausente parecía no entender los problemas mortales del Imperio Romano. Las rutas marítimas estaban controladas por los piratas, y aunque en esa época no había narcotráfico, se robaban ellos el trigo que iba hacia Roma, poniendo en peligro la seguridad alimentaria de la urbe. La policía desmoralizada y el ejército desorganizado y sin jefatura. Y no pasaba nada.
Julio César, el muy grande, que se había alzado con el gobierno, hubiera podido solucionar toda esa problemática, pero fue asesinado el 15 de marzo del año 44 a.C. Tuvo, sin embargo, la gran visión de designar como su sucesor a su sobrino nieto, Octaviano, de 18 años, que después se llamaría Augusto, tal vez el mayor estadista en toda la historia de la humanidad.
Quizás a nuestros aspirantes a la presidencia, como aviso para ellos y para nosotros, los deberían obligar a aprobar y seguir un curso profundo (“repita conmigo”), detallado y público, sobre la personalidad de Augusto; y sobre cómo gobernó él y superó esos muy difíciles problemas.
Y es aquí en donde empiezan las grandes diferencias con nuestra situación actual.
El manejo de la vanidad. Algo muy difícil en esos casos, puesto que esta se ensancha y se crece y se crece con las posibilidades del poder; y se puede volver el enemigo interno inmanejable. Bien lidiaba Augusto con su ego. Antes que la tribuna, no gustaba del olor de multitudes y prefería el trabajo, la efectividad, el servicio, el éxito, aunque este fuera demorado.
Conocimiento de sí mismo. Sabía cuáles eran sus puntos débiles, por ejemplo en lo militar. Y cedía su manejo a los expertos.
La puntualidad. Siendo gobernante, a una cita con dos de sus más importantes legiones llegó demasiado tarde. Lo increparon con razón. Reflexionó y en adelante fue puntual, siempre.
Con su prole, Augusto predicaba la regeneración de las costumbres, y como su hija Julia daba un muy mal ejemplo, al reconvenirla y no enmendarse, no dudó en confinarla en una lejana isla.
Con sus críticos, tolerante. A Tiberio le dijo: dejemos que hablen y contentémonos con que no hagan nada contra nosotros.
Las clases sociales. Entendió que la paz interna se basaba en que todos los estamentos de la sociedad tuviesen su sitio, su justicia y sus posibilidades, porque bien sabía que los Gracos, aquellos agitadores anteriores, falibles reformadores agrarios, más trajeron desconcierto y sangre que efectiva justicia social.
Trabajo en equipo. Es un tema de hoy, en los asuntos gerenciales. A Agripa lo llegó a nombrar corregente. Y a Mecenas lo impulsaba para que lo criticara y le dijera sus posibles errores.
Disciplinado. No improvisaba y sí leía.
Enfermedades. Sufrió varias y nunca las ocultó.
Las reformas. Sabía que eran necesarias pero no inundó su gobierno con un alud numeroso de las mismas. “Sus añadidos fueron hechos con tanta paciencia y tan indirectamente que tropezaron con pocas críticas, aun por parte de los sectores más conservadores.”
Y cosechó. “Realizó no solo una unidad formal, sino también espiritual… Fue una labor más grandiosa…. Y puede muy bien clasificarse entre las realizaciones políticas más avanzadas del genio humano”.
Y algo exótico, según dicen los historiadores: desarmaba las resistencias políticas a base de humildad. Y eso siendo el hombre más poderoso del mundo.
Cada 7 de agosto debería hacérsele un examen al presidente en funciones según estos criterios. Y si no lo pasa, someterlo a un remedial.
Apostilla. Volviendo aquí y ahora, sabemos que nuestra situación es muy diferente. Gospodinov, búlgaro, lo sintetizaría así: lo que ocurre es que “nací en un país sin suerte.”