En mis ya lejanos tiempos de estudiante de economía, para mi humorístico consumo definí a esta como la ciencia que trata de las necesidades del estómago humano y su satisfacción. Aunque a primera vista parece una apreciación peyorativa, luego, en mis lecturas al garete, me encontré con varios autores que exaltan y justifican esa primigenia definición.
El sicólogo Robert W. Sperry, Premio Nobel, quien descubrió, nada menos, que los dos hemisferios del cerebro tienen funciones diferentes, en su libro “Ciencia y Prioridad Moral”, llegó a una conclusión atrevida pero cierta: no es el cerebro el que manda sobre el estómago, sino que este gobierna sobre aquel. El cerebro, asegura, antes que configurado para conocer, está hecho para asegurarnos la supervivencia. Y, para esos efectos, es el estómago el que tiene la primera y fundamental palabra.
Más tarde, un investigador alemán, gastroenterólogo respetado internacionalmente, Emeran Mayer, en su libro “Pensar con el Estómago”, fue más allá. Según él, el estómago dispone de 500 millones de neuronas (las neuronas son las células típicas del cerebro), las que, en asocio con las bacterias benévolas que radican en nuestro intestino, influyen “en la forma como percibimos el mundo y las circunstancias que nos rodean”.
Yendo un poco hacia lo filosófico, hacia lo metafísico, Marcel Merleau-Ponty, existencialista, especuló sobre la unión de mente y cuerpo y su acción recíproca. Y George Lakoff también: “la misma estructura de la razón procede de elementos particulares de nuestra corporeidad”.
(Y no es que aquí me eleve hasta lo abstracto, sino que rememoro al Quijote, cuando en su introducción dialogan dos cabalgaduras, y Babieca le dice a Rocinante: “Metafísico estáis”; y el jamelgo del Caballero de La Triste Figura, Rocinante, le responde: “es que no como.” Esto es lo que significa la “metafísica” de Petro, como veremos, de dar subsidios a granel y politizados, para influir elecciones bajo una generalización irresponsable y bajo el pretexto de “es que no como”).
Cuando el Covid19 acorraló a la humanidad toda, pensé: no hay enemigo pequeño. Ahora esos doctores y filósofos citados me ponen a cavilar en cómo estos pequeñísimos microbios nuestros compañeros, al contrario del Covid y asentados en nuestros intestinos, nos colaboran para hacer la digestión, y que, situados en medio de aquello que nos resulta tan desechable y repulsivo, también nos ayudan a sentir, a pensar y a decidir.
Conocido lo anterior, no sorprende que Hugo Chávez hubiera ganado sucesivas estomacales elecciones y reelecciones, repartiendo cajas de alimentos y electrodomésticos; endeudándose, gastando las reservas internacionales, emitiendo billetes, sin que le importase la inflación subsiguiente, para poder regalar los elementos anteriores; y creando 500.000 empleados públicos, beneficiarios estos con la única función de devengar, hacer la digestión y apoyar en las urnas y en las plazas a Chávez.
Relaciono esto con lo que nos acontece aquí.
El presidente, sin que a continuación se agote la lista, propone subsidios para 3 millones de adultos mayores; también para 1.2 millones de madres cabeza de familia; a 100.000 jóvenes delincuentes les ofrece un millón cada mes, para que se abstengan de esas prácticas y para que luego se jubilen dulcemente en su calidad de exdelincuentes. En la campaña propuso darles empleos públicos a todos -a todos- los desempleados, que hoy son el 10.1% de la fuerza laboral, cifra que algunos calculan en 4.6 millones de compatriotas.
Adiciónese a lo anterior, la propuesta de las ollas comunales. En el país hay 66.000 juntas de acción comunal. Si cada una repartiese 100 almuerzos diarios, tendríamos 6.600.000 beneficiarios. Se repite: cada día. Muchos no necesitados acudirán, porque, como lo dijo un campesino guasón: “¡regalado, hasta un balazo!”.
Sumemos asistencias y tal vez la única familia que aquí se escaparía de cualquier subsidio sería la de don Luis Carlos Sarmiento Angulo.
En este país, en donde 1 de cada 4 de sus habitantes es pobre, los subsidios son una exigencia ética y política. Pero se aclara: con justicia, no extendidos a quienes no los necesitan; y no para crear dependientes y semiesclavos, manifestantes y electores supeditados al gobernante de turno.
Aquí se juega algo mayor. Este, el nuestro, ha sido un país pobre en recursos, así nos traten de hacer creer lo contrario. Los bienes que hoy tenemos, han sido producto, no de los dones de la naturaleza, sino de nuestro trabajo. La mentalidad nuestra es la del esfuerzo, del emprendimiento y de que no dependemos del Estado para atender a nuestras personales economías. Y eso es lo que trata de destruir Petro con -en buena parte irresponsable- sus voluminosos subsidios.
Sin embargo, pensemos en positivo. Procedente fue aquel letrero de advertencia a Clinton en campaña: “¡Es la economía, estúpido!” Muy importante. Pero no siempre es el estómago el que manda. Hay muchos ejemplos: la gente hace dietas; en situaciones extremas unos se vuelven caníbales pero otros se abstienen; el cerebro, ante los excesos del estómago y las crisis de la obesidad, ha inventado el bypass para recortarle armas de mando y neutralizarlo. Confiemos en que se pueda defender ese patrimonio, fuerza moral y material de Colombia. Y ello para que, al contrario de Venezuela, evitemos que un posible Chávez, por estas tierras resucitado, y después de las elecciones y riéndose de nosotros se burle y aclare:
¡Fue el estómago, estúpidos!