El éxito es más difícil de administrar que el fracaso, ya que en uno y en otro se encienden distintas zonas y conexiones del cerebro. Y este último, tan importante, ocupando el sitial más alto y dominador, en muchas ocasiones le da por independizarse y trabajar por su cuenta. Especialmente en los casos del éxito, o, más allá, de los éxitos. En estas circunstancias la materia gris se considera la titular exclusiva de los logros, y es así como se infatúa, se enorgullece y se independiza de su también alegrado propietario humano.
Luego, en el cerebro, como un emergente juguetón, como un crecido narciso, éxitos de por medio, entra, muy marcial, el ego. Que se expande, se escabulle, tan ingobernable, pero que tan agradable nos es. Bien alimentado de aplausos, ese superfluo matón engreído, desde adentro comienza a tratar de mandarnos; pero, ¡cuidado!: nuestro ego, aquí, es un conductor mareado de laureles, de guirnaldas y de logros.
A nuestra mente, la que en estos casos de los éxitos suele dispararse por la libre, se le puede frenar o redirigir, aunque para eso se necesita estar consciente de que ese algo equivocado en nuestro cerebro va por un camino peligroso. Se podría controlar, pero con y desde el cerebro mismo. ¿Quién nos entiende? Michael Dammann Eisner, (n. en 1942), aunque desde una orilla muy deferente a la de Gustavo Petro, en sus actitudes, en su gran ascenso y en su lento y luego total declive, se parece mucho a nuestro presidente.
Eisner, ejecutivo estrella de la “Paramount”, había cosechado éxitos memorables con películas como “Fiebre de sábado en la noche”. Aplausos. Auge en Hollywood, la meca del cine, en donde la competencia es feroz; fue el suyo un duro y difícil ascenso: logros, palmas, rompimiento de los límites con la vanidad adelante; y con ella la presunción, su hermanita imitadora y auspiciadora. Nombrado luego para dirigir el gigante “Disney”, en decadencia, consiguió éxitos como “El Rey León”; y aplausos. Después, en un golpe de suerte, encontró cientos de desconocidas y nuevas caricaturas de animales parlantes del genial y finado Walt Disney. Las utilizó; y más éxitos; y más aplausos, los que creyó producto de su exclusivo caletre. Como no le bastaba lo anterior, quiso volverse el rey de todo Hollywood. (No tanto así como el “Director Mundial en Contra del Calentamiento Global”).
Se lanzó tras proyectos faraónicos. Compró la cadena de televisión ABC y organizó su propia compañía de Internet: dos fracasos. Su iniciativa cumbre fue un Disney World de París. Sordo, se empecinó en hacerlo a la manera gringa: enorme fracaso y enormes pérdidas. Los aplausos, que fueron muchos, los de antes; los éxitos del público que antes había acudido a sus películas; el anterior respeto de sus colegas, todo eso le impidió asumir la conciencia de sus fracasos. Ley sicológica de mi invención: los aplausos iniciales, si son muchos, no nos permiten oír la voz de nuestros errores. El ego nos dice que aquellos -los aplausos- son la verdad, pues, entonces, ¿por qué el público ha agitado sus manos y se ha desgañitado en aprobaciones? Así será imposible lo que los sicólogos llaman “dominar la victoria”.
Eisner pasó por momentos de grave peligro laboral (y no tanto como el de contar y recibir dudosos billetes en bolsas de basura), que amenazaron con mandarlo al sótano, pero los sorteó indemne. Para los más, esos trances se recuerdan como un peligro; pero, para los menos, son muestras de invulnerabilidad y de superioridad. Así fue como Eisner se negó al cambio más importante, el que debe nacer de la conciencia de nuestras equivocaciones. Insistía en ellas. Aislado, sumaba enemigos; hizo muchos daños.
Bill Gates, con inquietudes universales, sentenció: “eres, en tu fuero interno, el resultado de lo que han sido tus resultados”. La vida de Gustavo Petro, salvo su paso por la Alcaldía de Bogotá, han sido la guerrilla, los discursos incendiarios y la crítica acerba, y muchas veces injusta, de lo que han sido nuestras instituciones; una vida de oposición, en donde más se destruye que se construye. Exitoso allí. Aquí, con Bill Gates, vendrían estos interrogantes: ¿qué resultados formaron a Gustavo Petro? ¿Cuáles vienen siendo ahora sus resultados? Y también: ¿cuáles serán sus resultados finales? Y de sus opositores y destructivos éxitos pasados, ¿qué se puede colegir?
Apostilla. Escribió Eudora Welty: “Hey, amigo, no deberías desafiar al infierno de ese modo”.