El populista, en su política, y el torero, en su redondel, se desenvuelven con actitudes parecidas.
En las dos profesiones se da la demagogia. Institucionalizada. Patentada. En la tauromaquia se la conoce como “el brindis al sol”, y la ejercitan aquellos toreros, medianillos ellos, que la ven difícil con el toro y que por eso optan por dos actitudes complementarias.
La primera consiste en que sabedores que en el tendido de sol no hay tanto conocimiento de la jerarquía de los pases y de las exigencias artísticas -las difíciles y peligrosas-, optan, esos toreros, por brindarle la faena únicamente a ese tendido, el menos exigente, para así dividir la plaza en dos bandos sociales. Montera en mano, con el brazo bien extendido, el cuerpo curvado igual que un esbelto paréntesis inicial, abdomen hacia adelante y cabeza hacia atrás, con lenta media vuelta, descartando la parte sombreada y mirando con exclusividad a esa soleada fracción, dividen al público y generan un enfrentamiento cordial, deportivo. Consiguen, de esa mitad, un favoritismo que se traduce en el aplauso dócil y repetido. Toreros polarizantes.
Y la segunda, unida a la anterior, es esta: se dedican dichos matadores a realizar unos pases facilongos, como los estatuarios, las manoletinas, los kikirikis, los ayudados, los por alto y también uno que otro desplante. Nada de fondo. Al repetir esas actitudes se rebaja la calidad del arte de Curro Cúchares.
Un “brindis al sol”, eso es lo que realiza con regularidad en sus discursos el presidente, y también lo es lo de la Guajira, en donde estuvo 6 días y, según su trino, “despachando” allí con todos sus ministros y otros funcionarios más. Y nos anuncia que va a repetir esa dosis en las distintas regiones del país.
Lo de la posible emergencia, posible ex abrupto el mayor, quedará para otro escrito. Ahora vamos con este espectáculo, cuya plaza escogida fue una muy favorable, puesto que allá obtuvo Petro 185.000 votos, contra 85.000 del innombrable Rodolfo Hernández.
Espectáculo, porque un gobernante responsable, en 1 (un) solo día llevaría a cabo toda la faena que Petro desarrolla en 6 días en la península. Revísese su agenda. Llegó el lunes, con 4 horas de retraso y Consejo de Ministros. Al otro día, reunión comenzada a las 11 a.m. Y así lo demás de la agenda. Y en la otra mañana no asistió. Porque es que 1 (un) día no da sino para un apretado y breve espectáculo. Porque, lo que pasa es que, para esto del show, Petro no se satisface con 6 días; necesita 4 años; o más.
Pero es que a Gustavo Petro no le gusta, no le suena, no le apetece, no se le da, no va con él, no le interesa eso de administrar. Lo suyo son todo la política; y los discursos; y los viajes al exterior; y la salvación de todo este planeta del reto del calentamiento global; y no madrugar; y burlarse de toda Colombia; y criticar y criticar y criticar; y no cumplir; … y… y todas esas reformas tan “antiadministrativas”.
¿Cuánto cuesta el desplazamiento, el de todo su gabinete, de los asesores de los respectivos ministros y de otros altos funcionarios? ¿Cuánto los viáticos de esos 6 días? ¿Y cuánto la seguridad de toda esa tropilla? Sería lo anterior lo de menos, pero en un gobierno que no ejecuta, porque a mayo 31 solo lo había hecho con un 16.5%, relevante es el tiempo adicional que pierden todos los ministros, allá, al sol y a la playa y sin los instrumentos necesarios, en donde no se puede administrar bien cada cartera, porque, según el decir de los graciosos, “si bien es cierto que Dios está en todas partes, tiene su oficina en Bogotá.”
Y si, como lo anuncia, va a desplazarse así a todas las regiones, 32 departamentos, por 6 días, dan 192. En el año le quedarán escasos otros 173 para gobernar al resto del país. Inclusive no tendrá tiempo ni para cumplirles a las regiones, aquellas las directamente gobernadas por 6 días cada una. Pero como el presidente -si no maneja el suyo-, tampoco maneja el tiempo sicológico de sus gobernados, en donde cada vez es más corto el lapso después del cual se exigen resultados. Por ello algo triste se sentirá allá, cuando en 4 meses, más o menos, no llegue el agua, porque los proyectos actuales avanzan y se tardan: el caso de la Alta Guajira, en donde las viviendas están separadas por 1 (un) kilómetro en promedio y la tubería cuesta y se demora. Y si la salud, sigue lo mismo. Y si en 11 (once) meses de su gobierno, el Bienestar Familiar no ha podido solucionar los problemas de las muertes infantiles por inanición, una visita del incompetente no lo tornará en competente. Y si la seguridad continúa igual de mal, o más deteriorada. Y si la corrupción…(esa sí no se deteriora). Y si el narcotráfico… (ese tampoco se deteriora). Y si lo de la energía, con los temas que hay que concertar con la cultura indígena de allá, que son muy difíciles y se demoran. (Los Wayúu al presidente en esto ya lo desconceptuaron). Y si lo peor, que resume todo lo anterior, es que no se dará ninguna solución de fondo. Entonces la respuesta es que así, esa ilusión grande se convertirá en grande desilusión.
Pasará como en el otro, como en el poema “El Brindis del Bohemio”, el cual recitaban antes todas las emisoras al despedir el año cada 31 de diciembre a las 11:55 p.m, y que ahora lo han reemplazado con la canción de “Faltan cinco pa’ las doce”. Dice así ese poema de trovadores, trasnochadores y también libadores, su jefe con la maracachafa al labio: “El humo de olorosos cigarrillos/en espirales se elevaba al cielo,/simbolizando al resolverse en nada,/la vida de los sueños”. Otra coplilla, anónima ella, sostiene: “Sevilla le da a España/toreros de filigrana./Pero, para los de verdad,/está Cordobita la llana:” Y Manolete era de allá. De allá los llamados “Los cinco califas del toreo”.
Y nosotros aquí, también, con un presidente de filigrana.