En primer lugar, lo sería para la izquierda en Colombia y para el Pacto Histórico también. En segundo lugar, para todos los colombianos, porque nos ahorraríamos una interminable agonía presidencial, la que nos espera de permanecer el actual titular en el ejercicio de ese cargo.
Quien esto escribe era miembro de la Dirección Nacional Liberal cuando el escándalo de la financiación de Samper por parte de la mafia. Allí sostuve que había evidencias suficientes, y razones políticas también, para que el partido, el mismo que lo había llevado a la presidencia, le pidiera y consiguiera su renuncia. De no hacerlo así, lo sostuve, el liberalismo no volvería a elegir presidente en 20 años. Y ya van 27, y con muy pocas posibilidades en el futuro. Complicidad que luego le cobrarían los electores.
Lo de Petro puede ser más grave. La campaña de Samper recibió dineros enormes del Cartel de Cali. No se trató de enriquecimiento personal del presidente p de sus familiares. En cambio, Petro suma los siguientes ítems y en solo 10 meses:
1). Los 15.000 millones, con posible ingreso a la campaña por la puerta trasera, de los que habla Benedetti y quien tiene porque saberlo; 2) Su hijo Nicolás recibiendo para él y para la campaña dineros de narcos condenados como tales; 3) Su hermano Juan Fernando, con dineros en iguales circunstancias y desde las cárceles; 4) Su jefe de gabinete, Laura Sarabia y sus maletines; 5) Las chuzadas, varias y cada vez más; 6) La exministra del Deporte, con imputación; 7) Investigaciones por posibles múltiples violaciones a los topes en la financiación de su campaña, denunciadas por La Silla Vacía, con facturas hechizas después del cierre de la misma campaña, con los pagos a testigos no declarados y con los costosos asesores, tampoco consignados en la rendición de cuentas; todo esto un posible delito que por ley cubre también al presidente; 8) La W, este jueves pasado, declaró como cierto que el presidente, en el anterior Consejo de Ministros, expresó su inconformidad con su muy adjunto Agmeth Escaf, presidente de la Comisión 7 de la Cámara, y con Mario Fernández Alcocer, y añadió: así se vayan también para la cárcel, los Alcocer; y allá ellos; y, 9) La joya de los entuertos: que los 3.000 millones de las 5 maletas de Laura Sarabia pertenecían al presidente Petro.
Le conviene al Pacto Histórico que Petro renuncie, porque éste se enredará, y con su partido también, en una lenta, paralizante y destructiva agonía.
Pedirle la renuncia por parte del Pacto Histórico, sería consecuente con las tesis de la campaña, con los debates de Petro y con lo que antes y siempre sostuvieron sobre la corrupción y los malos manejos.
Que recuerde el Pacto Histórico como, en aquel entonces, el liberalismo perdió la presidencia con Pastrana. Los conservadores en “bajanza” como iban, y sin embargo la recuperaron debido al efecto Samper. Si este se hubiera apartado y si hubieran presentado los liberales otro candidato, no me cabe la menor duda de que habrían elegido presidente.
Si en el Pacto Histórico revisan bien el comunicado del presidente, sobre lo denunciado por esa revista, se darán cuenta de que el belicoso y agresivo ciudadano ahora es débil en su defensa; no anuncia allí acciones legales en contra de Semana y más bien les manda un mensaje equívoco a sus propietarios. Este, o es un recorderis de gratitud por ese debate, sobre Bancolombia, en el que terció por los Gilinsky y en contra del GEA, o es una velada amenaza de lo que podría perjudicarlos, en sus negocios, desde los organismos que dependen del presidente.
A los dirigentes del Pacto Histórico -como a muchos colombianos que seguimos las actuaciones del presidente- les debe preocupar una cierta situación mental del mismo. Incumplimientos. Irresponsabilidad. Impulsividad (p. e. con la coalición en el Congreso, con los ministros despedidos, etcétera).
Sus frecuentes lapsus y sus discursos sin centro ni coherencia. Sus errores en sus trinos, tan frecuentes, ¿son producto del “guayabo” o del trasnocho o de una cierta debilidad en su mente? Sus frases crípticas desconciertan y hacen dudar si él es consciente de lo que comunica.
Va un solo ejemplo. Este jueves trinó sobre el coronel Dávila dirigiéndose a su críticos, así: “las causas de su suicidio, y ya será la labor de la justicia, se encontrarían con un espejo y la imagen rrflejada (sic) les haría gritar de espanto”. ¿Qué es esto? ¿Una amenaza? ¿Una acusación?
Por ahora, sus erráticos trinos, unidos a esa palabra, “rrflejada”, indican que ello sí refleja la mucha irresponsabilidad en todo un presidente, que ni siquiera relee y corrige sus mensajes públicos.
Es un lector confuso. En algo tan importante, como lo es el cese del fuego con el ELN, aseguró, en su discurso en La Habana, que la paz definitiva se firmaría el 25 de mayo del 2025. Nuevamente lo corrigió Antonio García, quien le dijo que había confundido el punto 4, con esa fecha, con el 5, que sí se refería al inicio -al inicio- de las conversaciones sobre el termino del conflicto, y el cual ni siquiera había sido tratado. ¿Qué puede esperarse de un presidente, que en cuestiones de tanta importancia se comporta como un lector irresponsable? ¿O lo será más bien de mente confusa?
Ha perdido el contacto con la dialéctica. Devalúa la palabra presidencial y no será capaz de persuadir sobre sus iniciativas. Da risa su defensa de Laura Sarabia, cuando recriminó el que criticaran a una “joven recién parida.” Y ahora nos viene con el cuento de que su jefe de inteligencia estudió en Alemania y que por ello es incapaz de chuzar a nadie. Un presidente que no convence se bloquea para gobernar.
Por último, pedir la renuncia del presidente no es ningún tipo de golpe de Estado. Es atenerse, muy pacíficamente, al derecho constitucional de petición, y acudir a los canales institucionales, para que las mismas instituciones no se vean debilitadas ante la imposibilidad del retiro de un presidente que, como Samper, amerita hoy tal camino.
Recuerde Petro que Alfonso López Pumarejo, a quien tanto cita como ejemplar mandatario, renunció a la presidencia cuando se convenció que así mejor contribuiría a recobrar la perdida normalidad presidencial.