No, no es un mitómano, o sea alguien que miente compulsivamente.
No, tampoco es un mentiroso, o sea alguien que con alguna regularidad falta a la verdad.
Tal vez… tal vez se comporta como todos los seres humanos, que de tanto en tanto, y por variadas razones, decimos alguna mentira.
Más sin embargo, ciertos procederes del presidente Petro me remiten a los de ciertos cangrejos en ciertas circunstancias.
El cangrejo azul –la famosa jaiba- en la época de celo de la hembra, el macho, para conseguir sus favores, se eleva sobre sus patas traseras, se infla lo que más puede y estira hacia arriba y hasta su límite las pinzas. Con ello persigue una doble finalidad: impresionar a la hembra y atemorizar, para ahuyentarlos, a los posibles competidores. Y si tuviese conciencia, es seguro que conseguiría autoegañarse, para que, encorajinado, pudiese pelear mejor, creyéndose más berraco de lo que en realidad es. No sabe de política este cangrejo, pero, eso sí, aplica muy bien la máxima de Maquiavelo: “muy pocos ven lo que eres, pero todo el mundo ve lo que aparentas”.
Lo anterior lo traigo aquí para relacionarlo con las famosas manifestaciones que en muchos municipios fueron convocadas por el presidente para expresarles su respaldo, a él y a sus reformas. Esas concentraciones las hincharon con “espontáneos” funcionarios públicos; además las hincharon con dineros públicos que atendieron los traslados y los almuerzos de muchos de los asistentes. También y sobre todo, a la Plaza de Bolívar de Bogotá, el lugar emblemático, la hincharon con los transportados indígenas del CRIC, cuyos contratos con el Gobierno nacional suman más de 91.000 millones de pesos. Contratación obliga. Incluso a incursionar por los predios de la revista “Semana”.
Después de esas jornadas, tan “espontáneas”, así razonaría -como el cangrejo- un amigo del presidente: la opinión pública se encuentra estupefacta ante esas multitudes, la oposición atemorizada y neutralizada, y el Congreso dispuesto a votar las reformas. Y el presidente, como el cangrejo, autoempoderado y listo para continuar más a fondo con sus hormonados discursos.
Pero… sin embargo… no obstante… esas artificiales concentraciones ¿engañarían ellas a alguien? Tal vez solo al presidente mismo, quien parece practicar el autoengaño, proceso mediante el cual incorporamos en la propia conciencia, como verdaderos, hechos o premisas o razonamientos que no lo son. Un ejemplo concreto. El presidente afirmó que “yo soy el jefe del fiscal”. Quien fue congresista durante 16 años, debería conocer la Constitución -elemental-, y la independencia y separación de poderes. Pero, hoy elevado a tan elevado rango y poder, el presidente se autoengaña y se convence de algo que no es la realidad. Otro ejemplo. El 24 de diciembre de 2022 da a conocer y además firma todo un decreto sobre el cese del fuego con el Eln. Poco después este grupo lo desmiente y asegura que ni siquiera se ha tratado el tema. Debe revocar el decreto. Nuevo autoengaño.
Bulo, esa es la palabra que con más precisión usan los españoles para referirse a la noticia falsa que se difunde. Las personas que incurren en la costumbre del autoengaño tienen la tendencia a asumir riesgos innecesarios; son llevadas de su parecer, intolerantes, prejuiciadas; no reconocen sus culpas y les atribuyen a otros (a sus ministros) sus falencias. Y si están ideologizadas, tanto peor, porque es muy posible que su ideología contribuya a aumentar sus autoengaños.
Hay más discursos y trinos presidenciales que contradicen la realidad, tan elementales que solo se explican debido a la simpatía sicológica del presidente Petro por la práctica del autoengaño, situación esta que es el más claro atentado en contra del precepto délfico del comienzo de la sabiduría: “conócete a ti mismo”. Sin el cual, el personaje divagará errático por el Palacio de Nariño y… y también por el país. Puesto que todas y todos necesitamos creer en la palabra de nuestro presidente, como en la de un padre, ¿qué podríamos hacer ante la actual emergencia?
Lo aconseja Mark Twain, quien lo dice más o menos de esta manera: vivimos en una época en que se miente torpe y descuidadamente, con lo cual, de manera injusta, se maltrata a la mentira, ese arte tan noble; tanto, que merece ella variados elogios, tales como los debidos a una “maestra emérita”, a una “cuarta gracia”, a una “décima musa”. Siendo ella un consuelo en tiempos de necesidad, al mentiroso se le debería exigir que, antes de proceder, discerniese muy bien cuál mentira es saludable y cuál es perjudicial. Puesto que “todos mentimos, lo inteligente es educarnos con esmero para que mintamos de manera juiciosa, con un buen propósito y no con uno pérfido… para que nuestras mentiras sean balsámicas, caritativas y humanitarias, y no crueles, letales o maliciosas”. Todo lo anterior, reflexiones son de Twain en el libro “La Decadencia del Arte de Mentir”, las cuales me hacen sentir inmerso en esa misma decadencia después de leer algunos trinos del señor presidente.