Uno. Preguntar no es insolencia.
“Señor presidente: ¿cómo están sus deposiciones?” La pregunta se la formuló un periodista, en rueda de prensa en 1956 a Eisenhower, mandatario estadounidense, después de su restablecimiento de una operación de los intestinos, síndrome de Crohn, algo delicado.
Dos. Tratar ese tema, en público y en torno a un presidente, no debe incomodar a nadie.
Eisenhower no se molestó y tranquilo respondió que tales “producciones” estaban bien. La prensa tituló normal y nadie consideró que así se le violaba a él la “intimidad” en tan “delicado” lugar presidencial. Los norteamericanos, pueblo sensato en materia política, consideran de interés público los temas de la salud de sus presidentes.
Tres. Una enfermedad, incluso varias, no incapacitan, necesariamente, a un presidente.
Además, Eisenhower sufrió durante su mandato un infarto y un derrame cerebral. No hubo sobresaltos, por dos circunstancias: los hechos se hicieron públicos y médicos muy respetados certificaron que podía cumplir bien con las funciones presidenciales. El suyo fue un gobierno de realizaciones y con éxito en el manejo de la política, tanto en lo interno como en lo internacional.
Cuatro. Una enfermedad, en principio neutral, puede derivar en un peligro nacional. El caso paradigmático es el de Kennedy, tan admirado y heroico en sus múltiples enfermedades. La de Addison, las úlceras, la afección de la columna, con fuertes dolores allí. Se deprimía, se sentía cansado, lento, todo lo contrario de su imagen pública. Para superar esa situación, tomaba elixir paregórico para los dolores estomacales; corticosteroides para sus problemas con la hormona cortisol; mucho Lomotil para sus frecuentes diarreas; procaína como anestésico; fenobarbital para la ansiedad; cortisona por sus múltiples efectos; anfetaminas como estimulantes y euforizantes; testosterona para su potencia sexual; y por último, penicilinas, quién sabe para qué. Y agregaba, el mismo Kennedy: “si funciona, tomaría incluso orina de caballo.”
Sobresale la forma, tan madura y atinada, como manejó la crisis de los misiles rusos en Cuba. Así evitó el peligro de una guerra nuclear. Así, hasta que le dio por automedicarse el Stelazine, antipsicótico contra la esquizofrenia y la depresión, sustancia que modifica la química del cerebro. El médico que lo supo, lo conminó: “con eso puede Usted perder el dominio de sí mismo; si lo sigue tomando le informaré a los medios.”
Sería, entonces, muy invasivo preguntarle a cualquier presidente: ¿qué medicamentos, y qué otros diferentes líquidos, toma Usted, señor presidente?
Cinco. Los profesionales científicos de la medicina observarán estos y los otros síntomas de la enfermedad de Asperger (Trastorno del Espectro Autista), para determinar si lo padece o no un presidente.
Esa es una dolencia genética y la sufren por lo general varios miembros de una familia, los hermanos, por ejemplo; ansiedad; depresión; dificultades para el trabajo en equipo; no leen bien los sentimientos de los demás; inflexibilidad; tienen el riesgo de caer en el alcohol.
De la entrevista a la sicóloga Nathalia Garrido, en “El Tiempo”, en septiembre 4, destaco la parte en la cual asegura que les cuesta trabajo socializar (por ejemplo en la celebración de un matrimonio nocturno); y por esa condición, después de los esfuerzos por socializar, quedan sin energía, como vaciados, y les tomará tiempo, a veces días, volver a cargar baterías. (Tal vez por eso, añado yo, serán ellos deficitarios con los horarios, con los compromisos y también muy dados a la cancelación de variados eventos agendados).
Seis. ¿Sería mejor para un presidente que padece el Asperger reconocer esa situación?
De no hacerlo, multiplicaría en toda la opinión la duda justificada que se crece con los rumores. De reconocerlo –y creo posible que el grado de esa dolencia no lo tendría que inhabilitar forzosamente-, quizás excusaríamos en el personaje ciertos comportamientos raros, y entenderíamos su necesidad de una agenda restringida, revisada, reiniciada, en parte cancelada. Y lo más importante: el autoexamen del respectivo presidente, para tratar de manejar esos síntomas, haría menos numerosas las derivas negativas de ese su aquejamiento. Claro, con la colaboración médica. Ello es posible, incluso porque el Asperger puede disminuir con el paso de los años. A este no hay que ayudarle.
Siete. De no proceder así, quien siendo presidente padeciere esa dolencia, como tal terminará perjudicando y perjudicándose a sí mismo. Porque, ¡ojo!, “con la medicina no se juega”. Téngalo bien presente quienquiera el que fuera el señor presidente.