Acostumbrados estamos a enfocar nuestra atención, en las campañas presidenciales, casi que exclusivamente en las propuestas de los candidatos. Error por sobreestimación. Los programas de gobierno se deben analizar, pero teniendo presente que los elaboran tanto unos expertos como unos manzanillos, graduados estos últimos en dar en el clavo con aquello que produce votos.
Con frecuencia son esos programas un simple recetario genérico, emoliente ilusionante para la dura realidad nacional. “Inclúyale lo que sea necesario”, así son las instrucciones, ya que las propuestas pueden con todo. Y de lo que se cumplirá… ¿qué? Tranquilos, que el voto no es reversible y eso solo se podrá saber al término del mandato; y ello de acuerdo con el tamaño de la frustración; y solo cuando el interpelado, el beneficiario de los votos, nos esté dando, desde lejos, sonriente e irónico, su adiós.
Error por sobreestimación, repito. Mucho más importante será el fijarse en la personalidad del aspirante, auscultada de acuerdo con sus antecedentes generales y de ley; también en sus actitudes, en su formación y su desempeño en anteriores cargos; en su responsabilidad, en su estabilidad emocional y en otros elementos más, los que dejo al discernimiento del lector y de la lectora.
Grave lo de las chuzadas, los dineros de la señora Sarabia y graves muchas de las cosas que dijera el interminable Benedetti. Sin embargo, también lamentable que durante estos próximos tres años habrá de conducirnos el presidente Gustavo Petro, personaje con una personalidad equivocada, inconveniente y -me atrevo a afirmarlo- muy peligrosa para un país como el nuestro, al que, a las naturales tormentas políticas de todo tipo, habrá que sumarles, en ese lapso, las generadas por el señor Petro y sus colaboradores.
Hay unos rasgos de su personalidad que ofenden la moral y las creencias políticas de la gran mayoría de las y de los colombianos. Y eso porque se trata de alguien que no es un demócrata de personalidad y de convicción.
La democracia, más que una concepción ideológica, implica una actitud serena, interna; un estado solemne e invariable del alma que nos induce al respeto de los demás. Y también a respetar las instituciones y sus valores.
Veamos algunas de las actitudes del presidente Petro.
Desde la calle me le impongo al congreso; yo soy el jefe del fiscal; yo regulo las tarifas; a mí no me importan las observaciones de los expertos en salud sobre la reforma en este ramo; no me importan los criterios de los técnicos (léase Banco de la República) sobre el desempleo que generará la reforma laboral. Asegura que las encuestas son mentirosas (salvo cuando lo daban como ganador). Ataca y descalifica con violencia verbal a los medios. Sostiene que nos han gobernado unos crimínales. Se atreve a asegurar que las decisiones de los tribunales son “golpes blandos” en su contra (léase fallo del Consejo de Estado anulando a Roy). En fin, no le importan lo que digan los expertos en general ni mucho menos la ciudadanía en particular.
El demócrata de convicción, con sus hechos, actitudes y palabras, demuestra su respeto por las instituciones que regulan y limitan el poder. Consigno aquí algo que lo tengo archivado y que muestra su soberbia antidemocrática. En “La Mojana”, Sucre, el 11 de febrero pasado, con desparpajo el presidente nos anunció: “tenemos que andar más rápido que las instituciones.” O sea que las considera como un estorbo.
Ofende la conciencia moral de los colombianos el negociar de tú a tú con narcotraficantes, escuetos como tales y sin más títulos que su capacidad delictiva. Ofende a la conciencia moral de los jóvenes de bien, cuando les anuncia $500.000 mensuales a cada uno de los miembros de las bandas juveniles, para que “cesen” su actividad y pasen a la nómina de becarios. Pasarán a ser esto último y continuarán como delincuentes becados. Y además como activistas pagados y peligrosos en las convocatorias del presidente a las plazas. Ahora tenemos con que el delito no se castiga sino que se premia y lo financia el Estado. Un joven, en noticiero de TV se preguntó: ¿y qué hay con los que cumplimos la ley y estudiamos o trabajamos?
No le interesa al presidente saber que al país le disgusta y se resiente con su ánimo camorrero. Maltrata públicamente a sus ministros. Vocifera en la plaza y en el balcón. Emponzoña el ambiente nacional. En síntesis: a su presidencia la usa para pelear y retar y no para conciliar.
Refiriéndose a un conquistador español que mucho agravio e inhumanidad sembró en su poderoso paso por estos caminos, escribe Ricardo Majo Framis: “¿Es fortuna o es infortunio para un hombre poseer un ánimo tan combatiente que sea llama adelantada, propicia siempre a morder con el áspid de su fuego? ¿Hombres así son necesarios…? Serían más dichosos si pusieran la prudencia por encima del corazón.” Y nosotros también lo seríamos.
Aquí, como acostumbra en sus discursos el mandatario, cabría un largo etcétera, porque hay mucho más. Solo cabe añadir que también nos degrada y nos ofende, cuando, tanto ante auditorios nacionales como internacionales, repite e insiste en que aquí nada se ha hecho bien. Que hemos sido unos inútiles. Todos. Unos tontos. Unos fracasados. Así, lo que busca es aparecer él como el gran redentor.
Marx, en muy conocida conclusión sentenció que la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia. Aquí vivimos hace años algo parecido, pero con variantes. Con la financiación de Samper por el narcotráfico, algo trágico, esa primera parte la convirtió él en una farsa. Ahora el presidente Petro pretende que su nueva y muy parecida segunda historia, con una grave y posible delictual situación, se repita, esta vez y también como farsa.
Sería esta la subsiguiente y gran ofensa a la conciencia moral de las y los colombianos.