La historia debió consignarle la gloria merecida, pero lo ignora. Su valentía y sus sobrias actitudes deberían ser enseñadas a todos los demócratas, desde niños, para que las incorporen a sus corazones, ya que fueron gestos de elevada belleza en defensa de nobles causas. Así se invitaría a los futuros jefes a que igual provean con las decisiones debidas en los momentos cruciales.
Pero no, su figura se ha difuminado en la noche humana, la de la niebla del olvido y su silencio destructor. Se trata de Trasíbulo, de Atenas, por allá en el año 411 a.C., cuando los “Treinta Tiranos” habían derrocado a la democracia y se habían tomado el poder, respaldados por el ejército de los 3.000 soldados. Trasíbulo, lejos de la ciudad, jefe de una embarcación, se enteró allí y convocó a los setenta de su marinería, les explicó la situación, y fue allí como, solitarios y en medio del mar, decidieron declararse en contra de los usurpadores. No les quedaba sino el exilio consiguiente en la ciudad de Tebas. Hacia allá marcharon a organizar la reconquista. Fueron ocho años.
Comparan esa actitud con la asumida por Charles de Gaulle, recién ascendido y desconocido general, cuando Francia, en la Segunda Guerra Mundial había capitulado ante las tropas victoriosas de Hitler, en 1940. De Gaulle, solitario, en medio de la hecatombe, exiliado en Londres, a través de la BBC se dirigió a sus connacionales: “Francia ha perdido una batalla, pero no la guerra”. Un hombre y su micrófono fue el que reivindicó que el combate en contra del nacismo se continuaría. Un hombre, en solitario y con su sola voz, fue el que le lanzó ese desafío al ejército más poderoso de aquel entonces.
Después de ocho años de destierro, con unas reducidas tropas, en Muniquia, Trasíbulo, con su ejército aumentado, derrotó a los 3.000, los de los “Treinta Tiranos.” Como Grecia fue la madre de los bellos gestos, refieren que antes de la batalla, el adivino que siempre acompañaba a las tropas para indicarles las señales del más allá antes de los combates, les explicó: el que causare el primer muerto será el agresor, será también el que pierda el trono moral y por eso perderá también la batalla. Acto seguido se colocó en medio del campo de enfrentamiento, se ofreció y fue el primer muerto por las flechas provenientes de los 3.000. Tampoco se recoge cuál fue su nombre. Gesto que remite a Holderlin: “bienaventurada Grecia, casa de todos los celestiales”
Era el año 403 a.C. Repito: batalla de Muniquia. Algunos aseguran que fueron estos -el año y el lugar- cruciales para la civilización occidental, los que se cuentan entre los varios que la libraron de la barbarie. Otra vez, como en el caso de la batalla de Maratón, casi noventa años antes en contra de los Persas, unos soldados comprometidos salvaron el edificio de una gran cultura. De haber triunfado los “Treinta Tiranos” en Muniquia, con su gobierno de absoluta dictadura, de condenas a muerte sin juicio previo, con expropiaciones, con destierros y, en fin, con la prohibición de pensar diferente, es posible que hubieran agobiado, impedido, matado en flor los valores culturales que ahora nos señalan como herederos espirituales de los griegos, es decir Sócrates, Platón, Aristóteles y tantos otros.
Temperamento benigno, Trasíbulo después encabezó en Atenas, hacia la Acrópolis, una procesión en la cual pidió amnistía para los derrotados. Y sugirió darles la ciudadanía a los esclavos y a la gente del pueblo que con él habían combatido. Ciertos políticos, que solo caben en aquello de medrar en contra de la grandeza, vendieron la idea de que, en el fondo, lo que buscaba era acabar con la democracia y convertirse en tirano.
Las democracias, a veces –“azar de los lugares e inversión de los signos de la historia”- son ingratas para con sus salvadores. Se les creyó y fue así como en la ciudad de Aspendo, unos conjurados, supuestos demócratas, asesinaron al impenitente viejo demócrata ya muy viejo. Quizás allí Borges y “los puñales que ejecutan las leyes de la sombra.” Sin embargo, por lo injusta, bella muerte. Jenofonte, una autoridad, su contemporáneo y conciudadano, en las “Helénicas” se conduele: “Así terminó Trasíbulo, un varón excelente.”
Volver a recorrer la historia para recuperar ciertos ocultos caminos del pasado en busca de los grandes valientes olvidados. Así se les podría consagrar con maravillas a esos hombres de la apuesta, de la apuesta desmedida en su contra; de aquellos que colocaron su vida en la ruleta de una causa casi perdida; y que, ganando o perdiendo, nos dejaron como herencia una dorada estela. Todo lo arriesgaron para no traicionarse a sí mismos. Recobrarlos será una genuflexión ante su magisterio. Y una compensación en contra del infatigable, pero muy sobornable tribunal de la posteridad.