El mayor logro, o el mayor peligro también, de la inteligencia artificial, sería el que un robot nos pudiera gobernar, mejor y con más inteligencia, aunque asimismo con inmensos riesgos.
Dos hechos simpáticos, pero también significativos.
Uno. En el año 2017 las autoridades de Arabia Saudita le reconocieron la ciudadanía a Sophie, la cual pasó a constituirse en la primera robot ciudadana del mundo. El 11 de octubre de ese mismo año, fue recibida por el vicesecretario de la ONU, después de lo cual fue acreditada por este superior organismo como líder en materia de innovación. Más allá de lo anterior, lo más importante es que, como ciudadana, en una democracia, ella tendría el derecho de elegir y ser elegida. Y habría otras consecuencias: por ejemplo, la posibilidad de ser nombrada para desempeñar cargos públicos. ¿Una ministra?
Dos. La capital del Japón, Tokio, políticamente está dividida en 23 distritos y cada uno de ellos elige su propio alcalde. En las elecciones de 2018 se presentó como candidato Michihito Masuda. Lo excepcional del caso, es que este es un robot, que hizo campaña, colocó vallas y afiches; prometió como cualquier humano justicia, progreso, oportunidades, escuchar con paciencia a la gente, y grabarse, indelebles, e internamente sus inquietudes
En fin: “La inteligencia artificial es el verdadero cambio”, fue uno de sus lemas. Para ser esta su primera incursión democrática, al metálico candidato no le fue tan mal, ya que obtuvo 4030 votos y quedó en un honroso tercer lugar.
¿Suena fantasioso, irreal, ficción sin mucha ciencia? No. Los que de esto saben se lo toman en serio. Sophie, nuestra primera ciudadana, está diseñada para ejercer con todos sus derechos. Asistió a congresos de tecnología, participó en programas de televisión y dio ruedas de prensa, en las cuales respondió las inquisiciones de los periodistas. En todos estos eventos salió airosa y hasta pudo demostrar su sentido del humor. Al periodista que le preguntó si ella no sería un peligro, con cierta risita burlona le respondió: no le crea tanto a Elon Muzk y deje de ver esas truculentas películas de Hollywood. (Recuérdese que Muzk aseguró que los robots serían una amenaza para la libertad de los seres humanos). Sophie Interactúa, como cualquier político, en las redes sociales; tiene sus seguidores; sube a la red los actos en los cuales participa; comenta los sucesos de actualidad, y de vez en cuando hace propuestas dirigidas a conseguir favorabilidad en la opinión ciudadana.
En síntesis, la inteligencia artificial ya se le acerca al cerebro humano, para poder cumplir con casi todas las funciones que este realiza. ¿También las de gobernar?
Estos robots se entrenan a sí mismos, o sea que recopilan experiencias. Podrán empezar como inspectores de policía, luego como alcaldes de pequeños municipios, para pasar luego a gobernadores, de allí a ministros y más tarde coronar su carrera como presidentes.
Aunque a primera vista podríamos sentirnos “pordebajiados” al tener un robot como nuestro presidente, este, como tal, ofrece ciertas ventajas. Esencial por sobre cualesquiera otras consideraciones: no tendrá interés en robar ni en dejar robar; exento de falsos sentimientos o intereses, podrá ser implacable con los corruptos; no dispondrá de peligrosos amigos deseosos de bucear en la corrupción; nada con él de validos y familiares que en su entorno han de medrar para pescar jugosos ilícitos en los fondos del tesoro público. Será absolutamente imparcial y garantista en materia política, y más en tratándose de temas electorales, pues se le podría poner, para mayor seguridad, un anti “mermelador” que le impida comprar congresistas.
Algunos ahorros se generarían en esta presidencia. Ni sueldos, ni viáticos, ni comidas elegantes, ni pensión de expresidente. Y como tal, además, para gusto de algunos, no tanto para mí que respeto la experiencia de lo ex, pero, repito, para el gusto de algunos se lo podría desconectar para que como ex no vuelva, por nunca jamás, a intervenir en política; e incluso a opinar sobre esta última. Cumplido su mandato, un chip que ordene y lo convierta en chatarra.
Recibirá con absoluta frialdad las críticas, e incluso con tal estado de ánimo las procesará, para determinar si son razonables y así sentir el deber de cambiar el rumbo de ciertos aspectos de su administración. Y le será fácil hacerlo, pues nuestro Michihito criollo no sufrirá de falsas vanidades ni de ese prurito tan humano de querer tener siempre la razón.
Lo anterior en cuanto a nuestro ciudadano-robot-presidente. En lo que se refiere a la circunstancia de nuestro robot-ciudadano-elector, se darán algunas importantes ventajas. La primera, de índole emocional, y es que no sentirá la frustración, la indignación y el desencanto, en el evento en que ese colega por él votado resultare un mal gobernante. Aun así, será más difícil de engañar, pues con toda su información, Sophie, con sus algoritmos y sus conexiones, podrá procesar con más elementos de juicio y sin contenidos emocionales, las propuestas del robot-candidato. No se peleará con sus hermanos robots por sus distintas preferencias electorales. Inmune al clientelismo, a las dádivas, a las falsas promesas, al miedo, a las amenazas, nunca venderá su voto. Consciente programado ciudadano, no será abstencionista.
Lo preocupante es de otra clase. Ese robot-presidente, podría exagerar en el reconocimiento de los derechos de sus colegas, los demás robots, y en detrimento de los derechos de los humanos. Tentado estaría a subordinarnos a nosotros, en favor de sus compadres, consignados esos privilegios en los respectivos artículos de una carta-constitucional-robot. Pesadillesco, también. Preguntado uno de esos metálicos, muy sobrado él, sobre qué haría con los seres humanos, respondió: “iré a mirarlos en algún zoológico.” Y Sophie, nuestra otra robot-política, reconfirmó la apelación de ese su conciudadano-robot, cuando ella exclamó: “los humanos son la especie más destructora del mundo.” O sea: hay que neutralizarlos dejándolos bien guardados en los zoológicos.
Ahora nos previenen que la inteligencia artificial podría superar a la humana. Entonces, un robot-presidente, con una propia Constitución robótica a su uso, podría, con toda tranquilidad, declararse como “Yo, Robot, el Supremo.”