El mundo tiene centrados sus ojos en Venezuela, uno de los tres países de Suramérica que tienen el tricolor en su bandera: el amarillo, que significa riqueza; el azul, de los océanos y el rojo, por la sangre derramada en la búsqueda de su libertad. Dicha búsqueda tiene a todo un país y a quienes conforman la Organización de los Estados Americanos (OEA) exigiendo que la democracia se cumpla y que el voto popular sea válido.
Y cómo no, si están cansados de un Gobierno que durante todo el tiempo que ha estado en el poder se ha dedicado a apropiarse de las instituciones como el Consejo Nacional Electoral (CNE), el Tribunal Supremo de Justicia y la Fuerza Pública como los militares y los policías. Estamos viendo cómo se atenta contra la independencia de las instituciones y la división de poderes y se va en contra de la democracia.
Todo lo que está viviendo Venezuela debería generarnos a nosotros como colombianos una alarma frente a las similitudes en la gobernanza y debe ponernos en alerta para no vivir ese camino empobrecedor del Estado omnipresente que nos llevará a generar sufrimiento y a aumentar el rojo de nuestra tricolor. Solo basta recordar la actuación de nuestro ejecutivo frente a la elección de fiscal y la protesta que se convocó para exigirle al presidente de la Corte Suprema de Justicia elegir una de las abogadas propuestas.
Lo anterior, demuestra la intención del ejecutivo de decidir en el nombramiento de los organismos de control y su interés de consolidar sus mayorías en las cortes. Pero eso no es todo. Lo peor es la manera cómo el legislativo se ha doblegado por la burocracia y la corrupción. Dirigentes políticos hipócritas que en redes sociales muestran su inconformismo con el Gobierno actual, pero reciben contratos, nombramientos de amigos y familiares para hacer el cuórum en el Congreso y entregarle el sí a las reformas.
Todos esos tibios están abriendo el camino para que Colombia viva la película de horror que hoy tiene como protagonistas a los venezolanos. Lo que está pasando, debe ser un llamado a las instituciones colombianas para que fortalezcan su independencia sobre el ejecutivo, y a la fuerza pública y organismos de control para que no olviden que su propósito superior es la defensa de la ley, el orden y la vida de los ciudadanos.
Ojalá tomemos como ejemplo a María Corina Machado, una mujer que pudo unir a la oposición, que con sabiduría y determinación ha logrado un triunfo abrumador que no se dejará quitar. Ojalá aprendamos de esta mujer que ha demostrado lo que es el valor y el coraje, convirtiéndose en una heroína de la causa democrática.
Colombianos, debemos estar en alerta. ¡Hay que defender la libertad y la democracia!