“Un hombre que llega a ser consciente de la responsabilidad que tiene hacia un ser humano que lo aguarda afectuosamente o hacia un trabajo inacabado jamás será capaz de echar a perder su vida. Conoce el por qué de su existencia, y será capaz de soportar prácticamente cualquier cómo”. (Viktor Frankl).
Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939 y así se inició la Segunda Guerra Mundial. Durante los seis años que duró este conflicto murieron alrededor de 39 millones de personas en Europa, la mitad civiles y se calcula que el número de fallecidos en el mundo llegó a 55 millones. Se considera el acontecimiento histórico más sangriento del siglo XX y sus consecuencias no se quedaron allí.
Un grupo de expertos de la Universidad de Múnich ha analizado los efectos posteriores de la guerra y los resultados, publicados en la revista Journal Review of Economics and Statistics, muestran que los supervivientes tenían un 3% más de riesgo de tener diabetes y eran un 5,8% más propensos a la depresión y a la enfermedad coronaria, en comparación con quienes no habían estado expuestos al conflicto. Otras consecuencias fueron un menor nivel de educación, mujeres viudas y niños huérfanos; con un impacto más grande en la clase media y especialmente en la baja.
Detrás de conflictos y guerras, amenazas de la naturaleza, pandemias y epidemias hay seres humanos que pierden la posibilidad de tener una vida “normal”, una familia y un trabajo, perseguir sus sueños. Eso sucedió en la Segunda Guerra Mundial y pasa hoy. Según la OMS, unos 14,9 millones de personas murieron entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021 por causa de la covid-19. El número de soldados ucranianos muertos en la guerra asciende a 31.000; mientras que el número de soldados rusos fallecidos alcanza los 50.000. Más de 30.000 personas muertas en la Franja de Gaza, la mayoría mujeres y niños -25 mil aproximadamente-. Sin contar los heridos y desplazados que acompañan estos conflictos. Seres humanos, como nosotros, que seguramente eran hijos, padres, hermanos, familiares o amigos, de alguien más que hoy sufre su pérdida.
Un mundo en guerra, un panorama geopolítico cada vez más complejo, países gobernados por personajes ávidos de poder que olvidaron la razón por la que llegaron a este, o nunca tuvieron conciencia sobre el verdadero significado de su mandato. Si le diera un nombre a lo que estamos viviendo, sería INCERTIDUMBRE; no saber qué puede pasar mañana o mejor, saber que cualquier cosa puede pasar y, sin importar en qué lugar del mundo suceda, sí o sí, nos afectará a todos. La globalización y la hiperconectividad tienen enormes beneficios y también nos convierten en blanco de las malas decisiones y acciones sin sentido de quienes están al otro lado del mundo.
No podemos devolver el tiempo, no podemos controlar lo incontrolable, lo que necesitamos hacer para sobrevivir y avanzar en este mundo complejo es, como dijo Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco, fundador de la logoterapia y el análisis existencial, es tener algo porqué vivir en el futuro. Quienes sobrevivieron al campo de concentración tenían a alguien o algo que los esperaba fuera del campo, dice Frankl en uno de sus libros más vendidos ‘El hombre en busca de sentido’ (1946). No es casual que este libro siga teniendo tanto valor, después de 78 años de su primera publicación. En su condición de psiquiatra, Frankl relata en primera persona, como prisionero, la tragedia y el sufrimiento de cada día, pero al mismo tiempo muestra cómo, sin importar lo difícil que sean las circunstancias, la única libertad que no le pueden quitar a un ser humano es la posibilidad de elegir con qué actitud enfrentar aún los momentos más difíciles.
Cada uno tiene su propio campo de concentración, momentos donde parece que la vida se terminó; lo que nos permite mantener la cordura y seguir adelante es encontrar algo que nos devuelva el sentido, la motivación para continuar o volver a empezar. Podemos mirar la realidad desde la tragedia y la pérdida o reconocer y valorar lo que todavía tenemos y podemos construir. La vida no solo nos sucede, nos pone a prueba y nos interroga para que nos hagamos responsables de nuestra propia historia, para que no nos quedemos atrapados en las circunstancias. El sentido y el valor van de la mano. ¿Cuáles son los barrotes imaginarios que no le permiten avanzar? ¿Cuál es la huella que quiere dejar cuando ya no esté aquí?