La persistencia con Diego Corredor como técnico de Once Caldas –al parecer nunca puesta en entredicho– corresponde al contrato hasta 2024, no a una evaluación real sobre calidad, logros, influjo, o beneficios para la institución y el sentir de los aficionados.
Segunda vez que el presidente Castrillón lo hace –pasó con Bodhert– extendiendo vínculos en el tiempo frente a un mínimo asomo de mejoría, en una medida innecesaria, absurda y de alto riesgo, sin establecer la idoneidad de la persona, y del profesional.
Después de tres eliminaciones a cuestas, sin una propuesta efectiva y fútbol discreto con énfasis defensivo, no habría razones para sostenerse en el error, y lo normal sería un vuelco, como sucede –frente a semejantes evidencias– en cualquier club del planeta.
Una dirigencia ambiciosa replantearía y haría efectivo el cambio de entrenador, intentando un arreglo pensando en el proyecto deportivo. Aquí pesa meramente lo económico, afectando el futuro porque es entrar con pie izquierdo, sin certezas, y con dudas agobiantes.
Lo otro es si Corredor soportará la presión de la tribuna, el mal ambiente, y la falta de confianza dados los antecedentes en las ligas previas –viene de rendir puntos al inicio, fundiéndose al final sin construir equipo– lo que estrecha su margen de credibilidad.
El grupo está de vuelta, supuestamente para fijar plan de trabajo y futuro, lo que admite, señalando las inconveniencias del continuismo, exponer consideraciones de lo que deben esperar los hinchas bajo la misma tutela, e idénticas políticas de orientación.
-Refuerzos de poca monta, o con larga para, veteranos con pasado y sin presente, y vaya uno a saber si con el visto bueno del técnico, porque da la sensación de que se los imponen.
Vendrán por montones como siempre, de bajo precio, y de atributos insufribles.
-Un Once Caldas sin creativo, sin un filtrador de balones, sin quien monte sociedades, explote a los delanteros y los ponga en posición de remate, y sí, un modelo con circulación de pelota de oriente a occidente, hacia atrás, sin ‘punch’ y defendiéndose.
-Un Once Caldas sin chance para los ‘pelaos’ pues, aunque el DT es de ‘otra generación’ solo observa jerarquía en los mayores. Lo dijo en su momento, no se gana con los jóvenes, y lo aplicó de tal forma que desatendió la sub-20, en donde hay un potencial enorme.
-Un Once Caldas sin extranjeros por los prejuicios de Corredor, no obstante que Gallardo y Méndez tienen contrato, y Ortiz es del club. De Barbaro ni se diga, solo 13 minutos contra América, y lo borró, necesitándolo porque armaba el banco sin delanteros.
-Otro año de disculpas y frases comunes: Esto es fútbol, lo intentamos, trataremos de mejorar, apenas se están adaptando -20 fechas después- el software indica que se puede lesionar, o el equipo está cansado, sin recuperación por el tren de partidos.
-Un técnico echándole la culpa a la cancha, como si fuera el único que jugara en ella, y con variantes monstruosas, o sino recuerden el día de la eliminación en Bogotá entrando a Murillo y Mancilla con el marcador abajo, y obligado a remontar. Y no fue la única vez.
En conclusión, desatinado dar largas, con Corredor sin autoestima, y una pobre dirigencia incapaz de subsanar equivocaciones, montada sobre un programa inseguro, incierto, apostándole al azar, y enmarcada en estándares de producción de mínimo alcance.
Cada quien es dueño de sus miedos, nadie sabe la sed con la que el otro bebe, pero hay que valorarse –o estar lleno de inseguridades– para subsistir en un cargo donde no lo quieren, sin el calor de la hinchada, las críticas de la prensa, y pienso yo, sin el afecto de sus patronos.
Hasta la próxima…