Me causó mucho pesar la noticia de la partida, hace unos días, del sociólogo noruego Johan Galtung, pionero de los estudios contemporáneos sobre paz. Su nombre es ampliamente reconocido entre aquellos profesionales que trabajan en las diferentes áreas de la construcción de paz y entre los académicos dedicados al tema. El profesor Galtung asumió la difícil tarea de la aclaración conceptual y optó por definir la paz en términos de su opuesto: la violencia. Si un marido golpea a su esposa, por ejemplo, es una manifestación de violencia directa. En cambio, si millones de mujeres son mantenidas en una situación de discriminación y desventaja, la violencia en ese caso es estructural. Para Galtung la paz negativa es ausencia de violencia directa y esta consiste en el daño físico o psicológico causado por unas personas a otras. Una guerra es la mayor expresión de violencia directa.
La paz positiva es la ausencia de violencia estructural, es decir la existencia de brechas entre las realizaciones vitales de las personas y lo que las condiciones del desarrollo económico y tecnológico permitirían alcanzar. De modo que la violencia estructural se expresa en términos de violencia y desigualdad. Esa idea de paz positiva ha sido cuestionada como maximalista e inviable. Ciertamente, el concepto de paz queda así subsumido en el de justicia social. Lo que Galtung quiso destacar, sin embargo, es que la violencia directa es la punta del iceberg en cuya base hay problemas profundos de violencia estructural y cultural. En la actualidad, la noción de paz positiva no es tanto la de un igualitarismo a rajatabla o la paz como sinónimo de justicia social, sino que es una guía para identificar aquellas privaciones, brechas y tensiones entre grupos sociales que requieren atención por sí mismas y que además son factores de riesgo de manifestaciones de violencia directa.
Han sido muchos los aportes del profesor Galtung a la paz. Las distinciones entre “mantener la paz” (por ejemplo, verificación de acuerdos de cese al fuego), “hacer la paz” (negociar y firmar acuerdos de paz) y “construir la paz” (transformar los conflictos transformando las relaciones y sus contextos) fueron adoptadas y adaptadas por Naciones Unidas y planteadas inicialmente por él. Galtung se fue. También yo me voy, pero por ahora, de las páginas de LA PATRIA. Las razones tienen que ver con cambios en mi vida laboral. De 203 columnas que he publicado desde el año 2015, 42 (20%) las he dedicado a la paz. De una u otra forma, los planteamientos de Galtung inspiraron muchas de ellas. A pesar de las dificultades, estoy convencido de la importancia de priorizar la implementación del acuerdo de paz del 2016 y de promover en todos los niveles territoriales la construcción de la paz. No podemos renunciar a la tarea interminable de la paz.
Escribí también aquí sobre política colombiana (a veces sobre la política en otros países), economía (con especial énfasis en los desafíos de la desigualdad y la pobreza), medio ambiente (con la angustia de ver que llegamos a la ebullición global y eso no parece inmutarnos) y hasta sobre nuestro Once Caldas. Esta es mi última columna por un tiempo. Mi gratitud eterna para quienes tuvieron la paciencia de leerme y para Nicolás Restrepo Escobar (Q.E.P.D.) quien, por sugerencia de mi buen amigo Ricardo Correa Robledo, depositó en mí su confianza y me abrió generosamente este espacio que disfruté durante nueve años. Agradezco también, por supuesto, a Ricardo, con quien muchas veces tertuliamos telefónicamente sobre nuestras columnas, y claro a Luis Francisco Arias y a Martha Lucía Gómez. Hasta luego.