Javier Milei sorprendió en las primarias en Argentina “vendiéndose” como libertario. El diccionario de la lengua española de la Real Academia define “libertarismo” como anarquismo. En inglés corresponde a la palabra “libertarianism” que según el diccionario de Cambridge es la creencia según la cual la gente debe ser libre de pensar y comportarse como quiera, sin límite alguno impuesto por el gobierno. Lo cierto es que, aunque algunos libertarios como Murray Rothbard han reivindicado el anarquismo y específicamente el “anarcocapitalismo” -que plantea que incluso la provisión de justicia y seguridad debería ser resuelta por el mercado- los teóricos más importantes del pensamiento libertario como Friedrich Hayek o Robert Nozick coinciden en admitir la necesidad del Estado, aún si este debe ser un Estado “mínimo”. Así las cosas, sería más apropiado definir el libertarismo como la teoría del Estado mínimo y no como anarquismo.
Un Estado mínimo es -de acuerdo con Nozick- el más extenso que se puede justificar, es decir, aquel que brinda seguridad y justicia, que protege contra la violencia, el fraude y el robo y garantiza el cumplimiento de los contratos: Lo que se conoce como “Estado gendarme”. Así que cualquier extensión del Estado más allá de su nivel “mínimo” violaría los derechos de las personas: cobrar impuestos para financiar programas sociales sería algo así como someter a los más “talentosos” y “productivos” a trabajos forzados. Ellos serían explotados por los pobres y por políticos y burócratas que diseñan y ponen en marcha esos programas: Lo que se conoce como “Estado ladrón”.
Sería exótico ver a un rico picando piedra y sacrificando sus horas de ocio para pagar sus impuestos. Y si los pobres son pobres porque son perezosos entonces ¿por qué los campos y ciudades están llenos de gente pobre que se levanta antes de que salga el sol y regresa a casa al anochecer después de una dura jornada? La retórica libertaria es muy seductora pero muy engañosa. Ciertamente, el mercado es una institución social digna de reconocimiento porque contribuye a la eficiencia (el sistema de precios asigna -en muchos casos- mejor los recursos que si lo hiciera un planificador centralizado) y además es compatible con libertades valiosas como las de intercambiar y contratar. Sin embargo, los mercados no son arenas neutrales: muchas personas no logran “ganar” en el mercado porque al iniciar la competencia ya están en desventaja (sus familias no pueden invertir en nutrición, salud (física y mental) y educación en niveles adecuados). Además, los intercambios en el mercado deben ser no solo voluntarios (compatibles con la autonomía individual) sino también razonables (compatibles con la reciprocidad): el precio de una botella de agua en un desierto no puede ser fijado exclusivamente por la oferta y la demanda.
Los mercados, como los Estados, también fallan. La corriente neoclásica de los economistas es una teoría del mercado y como tal, analiza tanto su funcionamiento como sus fallas. La teoría libertaria es la teoría política del Estado mínimo. El neoliberalismo se nutre de las dos anteriores, pero no es una teoría sino una ideología del mercado. Las conclusiones a las que llega un libertario coherente no necesariamente son las mismas a las que puede llegar un neoliberal. El primero puede rechazar represiones moralizantes del Estado, el segundo, no. Milei no es un libertario coherente. Su demagogia anti-política está capitalizando a su favor las protuberantes fallas del sistema democrático argentino y su incapacidad para responder a las demandas de la ciudadanía. Milei no es un mesías, es un síntoma de una profunda enfermedad. También, es una señal de alarma en todo el hemisferio.