Mientras las Farc surgieron como herederas de luchas campesinas y de procesos de colonización armada, el ELN aparece en el contexto de la guerra fría, inspirado en la revolución cubana y en la teología de la liberación. Mientras las Farc fueron una “burocracia armada”, el ELN es -quizá como consecuencia del foquismo guevarista que lo inspiró- una organización descentralizada y algo difusa, con una vocación más propiamente ideológica y maximalista. Resurgió luego de su práctica aniquilación en Anorí en 1973, creció con las extorsiones pagadas por la alemana Mannesmann y otras compañías, se convirtió en una guerrilla gamonal mediante el desarrollo del clientelismo armado (Arauca), y terminó adaptando su cristianismo para justificar las rentas del narcotráfico y de la no muy cristiana actividad del secuestro.
Si el proceso de paz con las FARC fue difícil y lleno de reveses y obstáculos, me temo que con el ELN la cosa es aún más retadora. Precisamente por ello, es justo reconocer que el tercer ciclo de negociaciones con esa guerrilla concluyó con notables avances: una hoja de ruta para organizar la participación de la sociedad civil en la construcción de un “gran acuerdo nacional para la superación del conflicto” y un cese al fuego nacional, temporal y bilateral que incluye un protocolo de acciones específicas: apego estricto a las normas del Derecho Internacional Humanitario; abstenerse de operaciones ofensivas; no impedir el desarrollo de acuerdos humanitarios parciales ni obstaculizar las labores del Mecanismo de Monitoreo y Verificación acordado. En ese mecanismo participan representantes del Estado, el ELN, la Iglesia Católica y la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia.
Es legítimo que los acuerdos generen esperanza. Representan un avance inédito con el ELN. No obstante, es necesario advertir que hay enormes obstáculos relacionados tanto con el cese al fuego como con el proceso de negociación. El primero es un verdadero campo minado ya que son muchas las guerras simultáneas y muchos los grupos armados dispersos por la geografía nacional. Solamente la etiqueta “Estado Mayor Central” agrupa diversos frentes disidentes de las Farc. Además, está la “segunda Marquetalia”. También están el Clan del Golfo y toda suerte de bandas criminales. El ELN está en guerra no solo con el Estado sino con varias de esas agrupaciones. Garantizar y verificar un cese al fuego en esas condiciones es supremamente difícil. Aunque el cese al fuego se justifica por cada vida salvada y cada acto evitado de violencia, pone en vilo al proceso de negociación. Con las Farc funcionó muy bien acordar el cese al fuego una vez el proceso había avanzado significativamente. Sin embargo, con el ELN, la negociación queda bajo la espada del Damocles de un cese al fuego demasiado vulnerable.
Otro gran obstáculo tiene que ver con el llamado “Acuerdo de México” suscrito en marzo y en el que el gobierno y el ELN definieron una agenda de seis puntos. Desafortunadamente, esa agenda se parece más a la del fallido proceso del Caguán con Pastrana que a la de La Habana con Santos, que logró un acuerdo que aún es viable y necesario implementar. El documento plantea revisar el modelo económico y el régimen político. Ciertamente, hay mucho que revisar, pero eso no corresponde a una negociación con la guerrilla por más participación que haya de la sociedad en el proceso. Una cosa es que la agenda no excluya algunos temas clave de políticas públicas y otra diferente, el maximalismo. Esa no es una vía promisoria. En todo caso, si el ELN no firma con el gobierno actual será muy difícil hacerlo después.