Alguien dijo por ahí: “yo sigo siendo hincha del Once Caldas, aunque gane”. Adhiero: ¡Qué gracia tiene acompañar a un equipo solo cuando triunfa! Seguir a un equipo es un compromiso como el de un matrimonio: en las buenas y en las malas; con la diferencia de que en los matrimonios existe, aunque muchas veces sea algo terrible, traumático, doloroso, costoso y frustrante: el divorcio. Las cifras de divorcio tienen, estoy seguro de ello, muchos más dígitos que las cifras de casos en los que alguien se cambia de equipo. Estos últimos son desviaciones, no solamente raras sino también merecedoras del profundo desprecio que está reservado a la traición. Los voltearepas que tanto serpentean y escalan posiciones en política, en el fútbol resultan, además de escasos, reprochables en grado sumo. Es posible que un hincha morigere con el tiempo y las adversidades, su entusiasmo. Ciertamente, puede ocurrir que la relación entre un hincha y su equipo se enfríe un poco. Sin embargo, jamás se alegraría con sus fracasos o llegaría al oprobioso extremo de vibrar con los colores de otro equipo (al menos no del mismo país). Sin embargo, no recuerdo un momento más amargo que este para los que queremos al Once y lo consideramos parte de nuestra identidad manizaleña y caldense.
Y como tras de cotudos con paperas, a la pésima posición en la tabla, al mal fútbol y al riesgo del descenso se vino a sumar la vergonzosa noticia de tres jóvenes jugadores del Caldas involucrados en un caso de extorsión. Esa situación invita a pensar en la necesidad de que los equipos de fútbol inviertan también en la educación y la promoción de valores éticos de sus jugadores más jóvenes. En una sociedad como la nuestra en la que la reprobación social de la ilegalidad es muy débil, aumentar la aversión al crimen es una responsabilidad compartida entre actores y organizaciones diversas, incluyendo las del mundo del fútbol y del deporte en general. Que el nombre del Once Caldas resulte asociado a un delito cometido por esos tres muchachos -aunque las directivas, el cuerpo técnico, los demás jugadores y la hinchada nada tengan que ver- es triste e injusto. Hay que tener en cuenta que los logros históricos del equipo del alma (cuatro estrellas y una Copa Libertadores de América) fueron obtenidos sin el empujón financiero y sin la intromisión de los carteles de la droga. Cuando en 2004 el Once Caldas dejó en el camino al Barcelona de Ecuador y al Santos y al São Paulo del Brasil y derrotó, en una vibrante y pacífica final, al encopetado Boca Juniors de Argentina, el equipo era un ejemplo de éxito basado en el trabajo honesto liderado por el profesor Luis Fernando Montoya.
El Once Caldas es uno de los diez equipos con más hinchas del país. Y somos hinchas sufridos pero fieles. El Junior de Barranquilla, una ciudad con aproximadamente un millón y medio de habitantes tiene el mayor número de abonados en Colombia (26 mil). Manizales con poco menos de quinientos mil tiene unos 11 mil abonados ¡casi la misma cantidad que tiene Millonarios! Equipos como Santa Fe y América tienen mucho menos abonados que el Once. Aún es posible salvar la categoría y volver a ser protagonistas en la parte alta de la tabla. La historia del equipo no es para quedarnos viviendo del pasado sino para hacerla valer en el presente. El equipo tiene una hinchada joven que también merece conocer el sabor del triunfo. Ni jóvenes ni viejos queremos pasar el trago amargo del descenso.