Retomando lo aseverado por Nicolás Sarkozy desde el distrito parisino de Bercy, en 2007, sobre la introducción del cinismo en la sociedad y en la política, enalteciendo el culto del beneficio a corto plazo y del dinero como rey, con el triunfo del depredador sobre el emprendedor y del especulador sobre el trabajador, se constata que esa compunción no solo es sufrida en Francia sino en el mundo entero, incluida Colombia.
Resulta apabullante y bochornoso leer o escuchar que el único valor persistente y laudable es el dinero, por haber perdido firmeza y actualidad los tradicionalmente denominados valores humanos, homólogos a virtud, como ética, respetabilidad, honor, espiritualidad, amor al prójimo, altruismo, bondad, fraternidad, disciplina, tolerancia, comprensión, generosidad, compromiso, esmero, responsabilidad, solidaridad, corrección, transparencia, veracidad, sinceridad.
No puede ocurrir así, pues sin esas virtudes la humanidad no subsistirá. Deambularían las personas, en la indignidad, el desconcierto y la anarquía, cada una por su lado, sometidas a las veleidades codiciosas y deshonrosas de las más fuertes, esto es, de quienes mayor enriquecimiento y capacidad de compra hayan atesorado.
Infortunadamente, en una democracia que no cala como participativa ni pluralista, los honestos que tratan de emerger políticamente, para desempeñarse con corrección en los asuntos del Estado, tienen ingentes dificultades en la obtención de votos, por no poder divulgar ampliamente sus planteamientos y programas, ni convencer a los potenciales electores, muchos afectados por desilusión, desconfianza, desidia, indolencia, venalidad, pusilanimidad o abstencionismo endémico, con elevada masa de apáticos que nunca han concurrido a las urnas.
En el otro extremo, deprime que haya seres humanos de tan bajo respeto hacia sí mismos, que se obliguen a seguir apoyando al mismo politiquero, cumpliendo servilmente sus instrucciones en cada elección, aún en la complicidad de saber que es corrupto.
Si por sanción judicial o disciplinaria ya no puede ser candidato, dirá por qué pariente o allegado de él han de votar, según se indicará en próxima columna.
La procuración del bien común y la prevalencia del interés general, para garantizar vida y salud, igualdad, justicia, libertad, orden, estudio, trabajo y convivencia pacífica, se desvanecieron como objetivos en el arte de gobernar, asumiendo su lugar la inclinación avariciosa a “hacer política”, para conseguir poder y mando, como vía al enriquecimiento por medio de la expoliación, facilitada por la incidencia en la administración del presupuesto, la adjudicación de contratos y el señorío sobre la burocracia.
En esto último, el artículo 125 de la Constitución colombiana, acerca de la carrera administrativa, continúa siendo uno de sus preceptos más burlados, por demasía de empleos de libre nombramiento y remoción, los amañamientos y las trastadas contra los concursos de méritos, los excesos de cargos en provisionalidad y los abusados contratos “civiles” de prestación de servicios.
Se sobrealimenta así el clientelismo a todo nivel, tanto nacional como territorial y descentralizado, lo cual nutre la corrupción y estimula la ineptitud y el desgreño. La democracia está en muy grave y profunda crisis. A cantidad de cargos de elección popular se llega por votos cautivos, no arribando los buenos trabajadores, honestos y con mayores méritos, sino los que realizaron más erogaciones, de cualquier procedencia.
“Triunfar” en la política resulta así demasiado oneroso y los que de tal manera acceden a concejos, alcaldías, asambleas, gobernaciones, Congreso y otros destinos, suelen dedicarse a “recuperar la inversión” y reembolsar los aportes, para lo cual necesitan “recursos”, elevándose la apetencia a sustraerlos del erario público, o sirviéndose de la función.