En este 28 de diciembre día de inocentes hay licencia para todo. Inclusive para el desorden que encontrarán en las próximas líneas.
La noticia que me gustaría dar: El Mundo, diciembre 28 (Oreja Press).- El “bobo sapiens” se dejó hoy de pendejadas y enterró a perpetuidad el hacha de la guerra. (O se ajuicia el macho alfa, o la griega Lisístrata anuncia desde el más allá que les ordenará a las mujeres que les cierren las piernas a los guerreros, como hizo en su época para lograr la paz entre sus paisanos atenienses y los espartanos)
Invito a exprimir la vida como si fuera el tubo del dentífrico. Más que inocentada, es un deseo que se me ocurre para lectores fieles y desertores.
En su primer viaje en avión, Carito, de nueve años, después de mirar en todas direcciones, pregunta con toda la inocencia del caso: “Tía, ¿y dónde está Dios?”
La primera vez que me empeñé en perder la virginidad creí que el asunto era por la obvia vía del ombligo. La pasé por incentón hasta cuando mi “dulce enemiga” me aclaró por dónde iba el agua al molino sexual.
Tengo la rara sensación de que la primera gran inocentada se la pagué a mis taitas cuando a los trece años me dejé de teologías y deserté del seminario. Me veían como el primer papa de la familia. Lo siento.
Habrá qué creerle al fotógrafo y trotamundos Andrés Hurtado García, cuando jura que en Caño Cristales, el río más bello de Colombia, se ahogó el arco iris.
El presidente Petro renunciará hoy 28 al complejo de Houdini que lo lleva a desaparecer, y cumplirá todos los compromisos. Renuncia al balcón como fenómeno de agitación de masas. Pero seguirá con Twitter así su nuevo dueño haya incurrido en la bobada del año: cambiarle de nombre rebautizándola X. De lo que es capaz el hombre cuando lo único que tiene es plata.
Sueño con esa inocentada: que los corruptos renuncien al beneficio de la casa por cárcel y exijan que les den la cárcel por cárcel.
Por estos días cobra vigencia la advertencia de Malena, la niña que al ver salir a su madre y a abuela, dice: Van a comprar cosas necesarias que no necesitan.
Ojalá fuera una inocentada pero un 28 de diciembre del siglo pasado enterramos a mi amigo Álvaro Vasco. Salvo su corazón todo estaba bien. “Cuando un amigo se va…”, cantamos ese día con Alberto Cortez.
Que en el bisiesto que está a la vuelta de la esquina se cumplan algunos de sus sueños. Algunos, ojalá bien pocos, porque si se cumplen todos los planes nos quedamos sin agenda. Dejemos trabajar el azar.
Desde ya haga sus planes para definir lo que hará el día de más que nos regalará el bisiesto 2024. Me lo gastaré en siestas…
Y no es inocentada, pero a partir del segundo punto de este párrafo final, desaparece el espanto por unas semanas. Hasta que la vida nos vuelva a encontrar, como se despiden los quechuas.