En los eclipses la luna mejora su hoja de vida ocultándole el sol a la tierra. Suele ocurrir en los eclipses parciales de sol. Y eso que la luna es 400 veces más pequeña que el bombillo ese que chullunguea “desde la comba altura”.
En fenómenos estelares como estos, el sol se encuentra 400 veces más alejado de la tierra.
En los eclipses, la tierra le grita a la luna, a lo Luis XIV: Apártate, no me ocultes el sol. En los eclipses, los gallos -Pavarottis con plumas- cantan la hora con retraso de minutos. Los gallos tienen puesta la hora con el reloj de sol del universo. ¿Para qué lidiar con tantas hidroeléctricas? Basta con entubar la energía solar en cables de alta tensión y ¡sanseacabó! En ese caso la lluvia se tendría que ir a mojar a los pueblos.
En este combate celestial, que es un eclipse, David (la Luna) vence a Goliat (el sol) propinándole tremenda pedrada en mitad de su vanidad. El eclipse es una obra de teatro montada por la naturaleza para tomar del pelo a los animales que viven una fugaz noche de mentiras. Después de los eclipses, las gallinas se despiertan con los rulos todavía puestos y con amnesia parcial. No recuerdan dónde pasaron la última noche ni cuál gallo las revolcó.
El eclipse es un caso de travestismo espacial. En los eclipses reinan miti-miti la luz y la sombra. Rembrandt en acción. La tierra anda feliz contándole a los vecinos del mismo estrato del sistema que la cuenta de la luz le llegará más bajita el próximo mes. Para estar a tono con la ocasión, durante los eclipses, la luna compra los bloqueadores de sol que encuentra en el supermercado. Sabe que se bronceará hasta donde su espalda pierde su sacro nombre.
Nadie sabe en qué se gasta el sol la plata que ahorra en energía durante los eclipses. En los eclipses, la luz hace mutis por el foro del universo. Recemos por un eclipse eterno de la guerra: que se vaya aunque le vaya bien. ¿Y por qué no se hace de día a las tres de la mañana? ¿Para dónde se va la luz del sol cuando se va? El eclipse es un caso de erotismo celestial, el pretexto para que la luna y el sol se echen una canita al aire en el único motel colgante como un jardín babilónico: el infinito.
En estos casos de forzoso matrimonio astral, a la tierra no le queda otra opción que dejar salir el voyerista (mirón) que lleva por dentro. Ojalá el eclipse nos deje a los terrícolas el saludable tic de acostumbrarnos a mirar siempre hacia las estrellas, puntos suspensivos del más allá. Toquemos madera para que a este silencio de luz que es un eclipse, le siga el silencio en los fusiles. (Las anteriores líneas aluden a un viejo eclipse: La Administración).