Desde riiiing soy hincha del Nacional. Pero como más de la mitad de mis noches las viví en Bogotá, un día desperté hincha de Millonarios al que le di estatus de arrocito en bajo, de amante furtiva. Los aficionados a ese esperanto de patadas llamado fútbol, solemos adoptar equipo en la ciudad donde vivimos
Ahora los equipos de mis aurículas se disputan el título. El sábado, cuando se defina todo, tiraré al aire la moneda que ojalá no caiga por el lado de la soledad, como en la canción de Calamaro.
Si Nacional gana prometo marcarles a los jugadores el piso que quieran si nos encontramos en el ascensor; si coincidimos en la Minorista les indicaré cuáles son las frutas o verduras más baratas; si nos vemos las arrugas en el parque sacando el perrito, les presentaré a mi chihuahua. Si hay compatibilidad sexual canina, recibiremos hojas de vida. En el supermercado les indicaré dónde encuentran los huevos de gumarra virgen.
A los campeones les intrigaré una selfi para mi presuntoteca porque cuando en mis mocedades conocí a Humberto “Turrón” Álvarez, Julio “Chonto” Gaviria, Ignacio Calle, no se habían inventado los autorretratos. Invitaré a corrientazo a los campeones si nos topamos en algún restaurante. ¿Necesitan un fiador solvente, escribir en el agua? Pregunten por este negro.
Si Nacional pierde, haré lo mismo. Lo juro por los gatos que nunca me han acompañado. No confío en ellos. Tampoco ellos en mí. Somos alfiles de distinto color.
Nada de aplicarles a los perdedores las cataratas, ni cambiar de acera si me encuentro en la calle con Dorlan, Duque o Tomás Ángel, el doble -o triple- de su taita. Si se dejan, les afrijolo abrazo de corazón a corazón, como lo ordena un paisano próximo a mis entretelas.
Me gusta imitar a mi manera al arquero de la selección del Uruguay que venció a la del Brasil en el célebre maracanazo: la noche del triunfo, disfrazado de sí mismo, estuvo consolando a los vencidos que ahogaban sus penas en “el tibio refugio del alcohol”.
Tampoco - ¿ o sí? - les echaré la culpa del tropezón que dieron en sus vidas a los directivos que marginaron a los eficientes técnicos Herrera, Sarmiento, o al poeta de la zurda, Guio Moreno, también defenestrado por revelar que su ganador jefe recibía un salario de miedo, ínfimo. (Como estamos en el mes de Gardel, en honor de los ninguneados, digámoslo con letra de tango: “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!”).
Siempre he disfrutado del fútbol. Antes solo admitía el triunfo. Ahora “todo, todo, me da lo mismo”. Son cosas del bandoneón, quiero decir, de tantos almanaques acumulados. Así la derrota tenga “un grato aroma de sinceridad”, según Savater, prefiero que la estrella 18 sea para el Nacional. Millos puede esperar.